Roxana Zúñiga Quesada, periodista
ropazu@racsa.co.cr

Alicia, niña inquieta y viajera, decidió dejar su país de las maravillas e incursionar en otras zonas del planeta.

Se metió a Internet y encontró un sitio donde se “cura todo”, ningún temporal dura más de tres días y hay más maestros que soldados. ¡Eureka!, gritó, “ya sé a donde me mudaré”.

Como contaba con tiempo, dinero y ánimo, alquiló un buen carro y se hizo a la aventura. Arribó a Paso Canoas, donde nunca entendió por qué le mencionaban la mordida si ella no tenía problemas con su dentadura. ¿Qué le querrían decir?

Observó que en el puesto fronterizo había desorden, malas calles, basura y mucha inseguridad. Jamás comprendió las cuentas que le hizo el vendedor de una botella de agua, solo que al final pagó 10 dólares y debió quitarse a manotazos el enjambre de vendedores que le ofrecían desde perfumes hasta camisetas autografiadas de Michael Jackson, con receta médica incluida.

Alicia empezó a sentir una brizna de nostalgia por su patria, pero no dejó que la tristeza la invadiera. ¡Adelante, que la vida es bella!

Siguió su trayecto, y en el camino la detuvieron varias veces. Nuevamente le hablaban de la mordida. Con la vanidad maltrecha, compró un espejo tan grande como el de la mala de Blanca Nieves para mirar qué defecto dental mostraba.

Fuera lo que fuera decidió ignorarlo. Se ilusionaba con cruzar el Cerro de la Muerte. Y allí encontró frente a frente a la dama de negro. El resto de la historia la próxima semana.