Mauricio Astorga, actor
México D.F. Para ser sincero, es la cuarta vez que entro a uno. Y siendo verdaderamente honesto, en las tres ocasiones anteriores, nunca pasé de tres sesiones. Supongo que ese es el cliente ideal de todo gimnasio, el “zorompo” que paga el trimestre y nunca va.
Pero, desafiando a la historia y a mis nefastas estadísticas volví a entrar al mundo de las pesas y las bicicletas estacionarias.
Como todo primer día, la ropa es muy importante. Debía buscar un vestuario que no desentonara con el entorno.
Es muy feo entrar a un lugar lleno de modelos y musculosos luciendo como un perfecto flacucho-panzón-perdedor. Así que debía ponerme algo que disimulara un poquito las llantas, que me hiciera lucir más atlético y que, de paso, me hiciera ver más guapetón. Por supuesto, que esa ropa no existe, así que me puse el “chuica” más cómodo que encontré y me fui a esa cámara de tortura que es el gimnasio.
Primero me recibió una “banda caminadora” que te hace sentir como Hamster en su nocturna jaula redonda.
Lo siguiente fue el circuito Keiser. Yo hasta ese día tuve el “honor” de conocerlo, pero una vez que comencé a hacer el circuito solamente pensaba que el tal Keiser seguramente era un general nazi, con un sadismo tal como para inventar eso.
Así, al ritmo de música electrónica, yo maldecía de mil maneras al señor Keiser y deseaba volver frente a mi tele a comer nachos con Coca-cola como un descocido.
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