Alejandro Arley Vargas
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Su primera escultura fue una cabeza de Don Quijote de la Mancha que talló en un pedazo de madera cuando tenía sólo 13 años y era alumno del Liceo de Heredia.
Luego, 41 años después, sus monumentales obras de mármol y bronce se exhiben en sitios históricos de Roma en su exposición La Ruta de la Paz.
El costarricense Jorge Jiménez Deredia conversó el miércoles anterior con Al Día vía telefónica desde su casa en la ciudad de Castelnuovo Magra, cerca de Carrara, a 400 kilómetros de la capital italiana.
¿Qué extraña de la época de chiquillo en Costa Rica?
El olor de la tierra, sobre todo cuando llovía. Nací en una casita pobre en frente de la estación de Heredia. Me crié en el centro, en medio de cafetales.
¿Cada cuánto visita el país?
En el 2009 ha sido difícil, pero acostumbro viajar dos o tres veces al año. Quiero volver. Me gusta ir a comer enyucados al mercado de Heredia, el gallo pinto o el picadillo de plátano
¿Recuerda su primer contacto con la escultura?
¡Claro! Estaba en el Liceo de Heredia. El escultor Olger Villegas, era mi profesor y abrió un tallercito. Mi primera escultura fue una cabeza de Don Quijote como de 40 centímetros. La tallé con gubias en una calza de una tuca.
¿Dónde terminó el colegio?
Me becaron en el Castella. Ahí me gradué en escultura.
¿Cómo es su vida en Italia?
Es muy sencilla. Me levanto a las 4 a.m. todos los días y empiezo a hacer trabajo intelectual, es decir leer o escribir. A las 6:30 a. m. desayuno y a las 7:00 a.m. entro en el taller a trabajar. A la 1 p.m. descanso media hora, luego trabajo hasta la 8 p.m. y me acuesto. A las 9:30 p.m. ya estoy durmiendo.
¿Por qué eligió el seudónimo “Deredia”?
Es simplificar “de Heredia” porque ahí nací. Lo uní en una sola palabra y lo llevo desde 1985. (Su nombre verdadero es Jorge Jiménez Martínez).
¿Qué significa la ciudad de Carrara para usted?
Es muy importante porque me ofrece los materiales para trabajar. Entre Carrara y Pietrasanta yo desarrollo todo mi trabajo.
¿Cuál es su material preferido para trabajar?
El mármol. Es duro pero no durísimo. Además tiene ese color blanco o gris que es perfecto, da luces y sombras.
¿Cuánto tiempo piensa trabajar en escultura?
Toda la vida. Quiero morir como Miguel Ángel que murió de 90 años volando mazo. Murió trabajando una noche y me gustaría morir así.
¿Recuerda en cuánto vendió su primera obra?
Sí, en ¢10 mil en Costa Rica (ríe).
¿Por qué solo viste de negro?
¡Porque es muy fácil vestir de negro! Odio ir de compras, entonces, cuando veo que me quedo sin ropa saco un día y compro 20 pantalones y 30 camisas negras para que me duren un año o año y medio.
¿Cómo nació el proyecto de la Ruta de la Paz?
Estaba en el Cusco (Perú) y tuve un sueño con el crítico de arte y mi amigo Pierre Restany, ya fallecido. Él se subió en una escalera y me indicó algunos puntos en el cielo. Luego vi juglares que bailaban y jugaban con mis esculturas de forma redonda. Desperté y entendí que tenía que hacer un gran proyecto que tenía que ver con los países de América Latina.
¿A qué se deben las formas redondas de las esculturas?
Están inspiradas en las esferas de la cultura Boruca. Todo mi trabajo parte de eso, tiene sus orígenes en el significado espiritual que tienen estas esferas y su importancia para entender la identidad cultural costarricense.
¿Algunas de las 60 obras de Roma habían sido expuestas?
Sólo algunas en Florencia y otras ciudades.
¿Por qué escogió Corozalito en Nandayure para traerlas?
Por el destino. Había un grupo de coleccionistas italianos que se enamoraron del proyecto de La Ruta de la Paz y planeaban un desarrollo ahí. En vez de una cancha de golf en el centro, prefirieron hacer un museo de acceso público.
¿Cuál es el sitio más distante donde hay una obra suya?
Me dijeron que en China.
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