Domingo 24 de mayo de 2009, San José, Costa Rica
Nacionales | De hoy
El evangelio

Alvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
asaenz@liturgo.org

Tras la resurrección de Cristo, cambia mucho la comunicación de los apóstoles con el Señor y de este con ellos. Ya no hay dudas, desaliento, ni siquiera espacio para debilidades. La palabra del Resucitado es concreta y clara.

El pasaje que hoy escuchamos narra el último encuentro de Jesús con sus apóstoles y su última instrucción: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación”.

No cabe duda: los Apóstoles e Iglesia, primordialmente son los mensajeros de Jesús a la humanidad. Deben anunciar al mundo la buena noticia, la cual consiste en que todos fuimos liberados del pecado y de la muerte, por Jesús, el Hijo de Dios hecho carne. El anuncio es para todas las naciones sin distingos de raza, lengua, sexo, nivel económico o social, educación y estilo de vida, etc.

Esa buena noticia unos la acogen con esperanza, pero otros la rechazan. Jesús establece rumbos opuestos para unos y otros. En sus propias palabras: “El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará”. Queda claro que el excluirnos del reino es decisión personal.

El portador de la buena noticia tiene ciertos signos descritos de modo particular. Jesús dice que “arrojarán demonios en su nombre”. Esto podría significar la ruptura de las cadenas del pecado en nosotros, el bloqueo de nuestra vida espiritual. Habla también de tomar “serpientes con las manos”. Si la serpiente es bíblicamente origen del pecado, el que anuncia la palabra de Dios conjurará ese peligro del ser humano y lo echará fuera, sin afectarse.

Agrega: “beberán un veneno mortal” sin ser dañados. El mismo Jesús decía al Padre Celestial: “no te pido que los saques del mundo, sino que los libres del maligno”. El veneno del odio nos amenaza a todos, pero el Señor hace inmune a su discípulo. Finalmente, el discípulo tendrá “capacidad de curar”. La salud por excelencia nos la da Dios en Hijo, por medio de su Iglesia. Ella anuncia el Evangelio y administra el perdón de los pecados. La Palabra de Dios, predicada por la Iglesia, nos devuelve la salud. Es Cristo el que nos da posibilidad de resucitar.

La Iglesia, enviada por Jesús, avanza por el mundo anunciando la buena noticia.

Pero ella no abandona la vocación, se reafirma en el llamado de su amado fundador.

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