Edgar Fonseca
Un desafortunado incidente policial en los predios de la UCR, ha llevado a ciertos grupos interesados a denunciar la supuesta violación premeditada, alevosa, de la sacrosanta autonomía universitaria.
Necesitaban de un despelote como este, que buscaron a toda costa y no se les cuajó durante la “gesta” del TLC, para desempolvar su delirio y repertorio de agresión ideológica.
Pero la opinión pública ya no les traga cuento.
Amén de injustificada y censurable cualquier acción imprudente en el campus universitario, los hechos no daban para más del escandalillo de la semana pasada, mucho menos para el desmadre que armaron.
Porque todos esos que salen a rasgarse sus vestiduras, a clamar al cielo mano dura por una torpe acción policial, o que piden la cabeza de un funcionario probo como Jorge Rojas, director del OIJ, son los mismos que callan, cómplices del vandalismo de quienes, con el ropaje universitario, bloquean vías y siembran el caos a vista y paciencia de una policía sedada.
Los vimos amenazantes, intimidadores, encapuchados, como “maras”, en jauría, lanzados a la ruta de circunvalación incendiando con pichingas de combustible lo que se les pusiera a su paso, desperdigando basura, destruyendo.
Y todo aquel desmadre sin que existiese una autoridad que los llamara a cuentas.
Envalentonados por los cantos de sirena de jerarcas universitarios.
Pero con ellos, no hay censura, ni cuestionamiento, ni mano dura y la ciudadanía debe soportar sus atropellos.
Ojalá no caiga en esa trampa la Corte Plena.
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