Roxana Zúñiga Quesada, periodista
ropazu@racsa.co.cr

“El sentido común es el menos común de los sentidos”, decía el filósofo francés Blas Pascal. Ingenio puro.

Pero en Internet circula uno de esos mensajes que me gustó porque también está lleno de creatividad. Algunos de sus párrafos nos hacen reflexionar.

Hoy lloramos el sentido fallecimiento de un amigo. Se ignora su edad porque los datos de sus orígenes se pierden en los vericuetos de la burocracia.

Será recordado porque enseñó que hay que trabajar para tener pan en la mesa y techo sobre la cabeza. Con él se aprendió que frases como la vida no siempre es justa y quizá yo tenga la culpa poseen, una gran dosis de razón.

Él nos hizo ver que hay que leer todos los días un poco y por qué los pájaros que madrugan atrapan las mejores lombrices. También fue el gestor de pequeños grandes consejos: nunca gastes más de lo que ganes; en las relaciones de familia los padres mandan y los niños aprenden.

La salud del sentido común comenzó a deteriorarse cuando se aprobaron reglas bien intencionadas pero ineficaces, como que el alumno que denuncia el tráfico de drogas debe abandonar el colegio o la profesora que cuida por la buena educación termina mal.

Los problemas empeoraron cuando los padres atacaron a los maestros por corregir a sus hijos.

El sentido común perdió los deseos de vivir cuando las iglesias se convirtieron en negocios, cuando no podemos defendernos del ladrón y los criminales reciben mejor trato que sus víctimas. El sentido común ha muerto. Lo matamos todos.

“El sentido común es el menos común de los sentidos”, decía el filósofo francés Blas Pascal. Ingenio puro. Pero en Internet circula uno de esos mensajes que me gustó porque también está lleno de creatividad. Algunos de sus párrafos nos hacen reflexionar.