Domingo 3 de octubre de 2010, San José, Costa Rica
Nacionales | De hoy
El Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
asaenz@liturgo.org

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Es feo creerse privilegiado y actuar como tal, o porque tengo derecho a vivir bien, pretender arrebatar con violencia las cosas de los otros. Y peor aún, guardar rencores y maquinar venganzas.

Hoy Jesús nos propone sus sendas. Empieza con el perdón como herramienta diaria. Claro que ese perdón supone corregir al hermano, porque soy corresponsable de su vida –Caín pregunta si era el guardián de su hermano, la respuesta es tácita: “claro que sí”-.

Pero si el hermano falla y se arrepiente de corazón, siempre tiene derecho a que brote de mis labios el perdón. Setenta veces siete es número perfecto e infinito, como perfecto e infinito debe ser mi perdón.

Y con esa amnistía, y justo para que yo pueda obtenerla, viene algo esencial: la fe. Los apóstoles piden al Señor que les aumente la fe. Jesús les hace ver que el problema no es el tamaño de la fe sino su enfoque, porque en realidad se trata del punto donde la apoyemos. La fe es como una palanca. Si está bien afirmada, lograremos lo que buscamos. El único y verdadero punto de soporte es Cristo mismo.

Tras perdonar y creer, teniendo a Cristo como apoyo, el Señor nos propone un aterrizaje forzoso. Quiere establecer que la tarea que nos propone es exigente y que nuestra capacidad para hacerla bien, es débil. Quizá por el pecado, para nosotros hacer bien la tarea es prácticamente imposible. Debemos esforzarnos. Jesús es firme, aunque nos duela.

Los costarricenses a veces le huimos al Señor o somos confianzudos con Él. Pasamos del miedo al irrespeto con facilidad. El texto nos hace recordar que somos simplemente siervos.

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