Ana Coralia Fernández
ana.fernández @aldia.co.cr

         

La vida tiene extremos. Nacer y morir son las últimas esquinitas de lo que digo.

A veces estos extremos se dan la mano: un abuelo que camina con su nieto. Los dos van despacio, uno porque no ha aprendido a correr, a ganarse el pan, a medio dormir y a medio comer; el otro porque ya lo hizo y descubrió que la prisa no tenía sentido y que hay etapas en la que cada pedacito de día se vive y se respira como si fuese el último.

La vida tiene extremos. Todo el poder, toda la derrota. Y a veces estos extremos se dan la mano: Japón, cultura milenaria, tecnología, terremoto, tsunami, alarma nuclear, estoicismo, valentía, coraje, lucha.

La vida tiene extremos. Toda la arrogancia de gobernar sin límites y la ira del pueblo que se parece a la divina que impone su furibunda justicia, que a menudo cuando pasa la raya y suma, no perdona y redondea. Egipto, Libia y los que sigan en lista que pongan la barba en remojo.

La vida tiene extremos, pero no hay que hacer de los extremos una forma de vida, y por eso, el equilibrio, la equidad, la cordura, la sensatez, la habilidad de escucha, la herramienta de dar respuestas, educación, trabajo y pan para todos, son paleativos que le dan armonía y la hacen llevadera, hermosa y entrañable.

La vida tiene extremos y los simples y mortales seres humanos estamos en la cuerda floja de su justa mitad.