Edgar Fonseca
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De dos megaeventos josefinos de verano, el festival Transitarte y el del “Gallopinto”…
Ambos se constituyen anualmente, para estas fechas, en un éxito de convocatoria pública.
Esa “toma de calles” sí vale la pena, no la de tanto vagabundo que, por proteger su “piñata”, entorpece la vida y gestión de miles de ciudadanos.
En el Transitarte se notó este año más selección en los puestos de exposiciones y artesanías. Nos parece correcto. Es esencial no convertir al Parque Nacional y aledaños en un cíñamelo a lo Zapote.
Entre más exigente sea la propuesta de exhibiciones, más dote cultural y artística de por medio, más enriquecimiento logra la actividad.
Del festival del “Gallopinto”. Un mar de gente abarrotó ayer el Paseo Colón arteria que, ojalá, alguien tenga algún día la visión y osadía, a lo Guido Sáenz, de convertirla en nuestro máximo bulevar cultural de ingreso a la capital, conectado a La Sabana y al nuevo Estadio Nacional.
Los puestos del “pinto” no dieron abasto. Se notó más llamativa la oferta de variedades. Hubo vigilancia metro a metro. No se espera menos en estos tiempos y fue palpable un importante esfuerzo, casi instantáneo, de limpiar las vías de basura.
Pésima impresión dejan las filas interminables de gente por cualquier bocadillo, un café o hasta por salir dotado de… un rollo de papel sanitario.
Esa muchedumbre merece atractivos artísticos y culturales de mayor calado, más acorde con la celebración de una tradición hundida en nuestra historia, aunque, dicen por ahí, nos la quieren arrebatar los matones de Calero.
De ambas iniciativas, toda una lección de amalgama de esfuerzos del sector público y el privado en montar actos tras los cuales los ciudadanos andan sedientos.
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