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 Internacionales Sábado 15 de octubre, 2005, San José, Costa Rica.
 

Luego de la tragedia del huracán "Stan"

Guatemaltecos, no miren atrás

Al Día es testigo de las penas del pueblo chapín

Antonio ALFARO, enviado especial

Guatemala.- Nunca supe ni sabré su nombre, pero aquel niño, en medio del tumulto y con una mirada imposible de olvidar, parecía hablarme de un pueblo que echa un vistazo hacia atrás y camina hacia delante sin saber qué más viene tras las inundaciones causadas por el huracán "Stan".

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Saldo oficial de fallecidos en la tragedia. Aún no se contabilizan los desaparecidos.

Aquel pequeño, de dos años, quizás menos, iba en la espalda de su madre, colgando de una tela bajo un sol inclemente, rodeado de propios y extraños, de hombres, mujeres, ancianos, otros niños, cientos de personas que al fin cruzaban al otro lado del río.

Regresaban a sus casas o en busca de familiares once días después de que el agua se llevara parte del puente de Nahualate -al suroeste de Guatemala- una de las principales vías comerciales del país por donde suelen pasar los furgones que van y vienen de México a Centroamérica.

Sin ella, gran parte de la región se quedaría sin los productos que vienen de las zonas industriales, la capital o el este.

En en el país, las lluvias cortaron el paso en 17 vías estratégicas. "A varias poblaciones no se les podía ayudar por tierra ni por aire", dice Roberto Díaz, viceministro de Comunicaciones, un poco aliviado al ver el paso restablecido en Nahualate.

Cientos de personas cruzaban el puente, una estructura de metal instalada en seis días por 64 soldados, aún sudorosos por el peso de las últimas plataformas.

De repente, apareció aquella carita, la mirada del pequeño, que aunque se apartaba un segundo, siempre volvía.

Aún cuando su madre avanzaba, volteaba hacia atrás, mirando fijamente a la cámara. No tenía idea de hacia dónde iba, ni por qué estaba ahí entre tantas cajas y maletas, algunas a punto de reventar, cargando penas, esperanza, incertidumbre.

Ignoraba que días atrás algunos pobladores cercanos dejaron sus casas con el río hasta la cintura. "¡No hallaba ni para dónde coger!", narró una joven de 26 años, que con siete meses de embarazo, sacó de la casa a sus dos hijas, de cinco y ocho años, para ponerlas a salvo del desastre.

Con vida es hora de echar a andar, de cruzar los ríos de la tragedia, de echar un vistazo hacia atrás sin detenerse, que la vida lleva a Guatemala como a aquel niño que dejé de ver a lo lejos entre la multitud.

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Hasta los más inocentes viven la tragedia
Antonio ALFARO

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Cientos de personas retornan a lo que será un intento por rehacer sus vidas.
Antonio Alfaro

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