Pido la palabra

¡Haré cine, y en cinemascope!

“Dicen que andan unos gringos buscando un chavalo para una película”. La voz corrió desde buena mañana por todo el San Luis Gonzaga. Si ahora mismo, tal cosa sería una novedad, imagínense lo que fue en aquel Cartago de 1956. Aunque ya en clases, nos olvidamos del asunto.

Al empezar la cuarta lección, llegó la inspectora al “tercero A” y preguntó por uno de nuestros compañeros. Luego de ser informado del motivo de la visita (que casi siempre se debía a asuntos disciplinarios) mi vecino de pupitre salió del aula un tanto confundido, y no apareció más.

“¡Quién sabe que torta se jaló Chalo!”, decíamos intrigados. Pasó el resto de la mañana, fuimos a almorzar y regresamos a las lecciones de la tarde. Llegó la hora de salida ¡y nada de Chalo!

Como a las cinco de la tarde, me encontraba en el corredor de mi casa, al frente de la Plaza de la Soledad. Era muy divertido ver el accionar de varias mejengas, o el trajín de gente que la atravesaba diagonalmente para acortar camino; unos hacia el centro de la ciudad, otros de regreso a casa.

En eso veo que viene presuroso, en su flamante NSU (una bicimoto de gran moda entonces) el desaparecido Chalito. Se metió a la acera como a 50 metros de mi casa, aceleró lo más que pudo, y de un solo frenazo se plantó frente a mí. Con una cara que nunca le había visto, me dijo, casi a gritos: “Carlos, me contrataron para hacer cine a colores...¡ y en cinemascope!”.

El resto es de película.