Pido la palabra

La privacidad

Está de Dios que me estoy encontrando con bastante frecuencia a mi amigo Jeremías White (un negrazo, aunque su apellido diga lo contrario). Siempre –el muy bandido– me sale con sus vainas.

“Fijate Carlos –me dijo– que navegando por Internet me encontré una carta de un funcionario de Ciencia y Tecnología, en la que habla de un plan tremebundo para apearse al Gobierno.

Dice que hay que inventar que vinieron al país unos marroquíes, vestidos con turbantes. Que dentro de los turbantes traían una inmensa carga de dólares para dárselo a los majes que no quieren tratados de ningún tipo.

Que con esos dólares iban a comprar unos tanques para llevarlos escondidos por ahí por Zapote. Que, mientras tanto, los antitratados iban a convencer a los vendedores callejeros para que hicieran una manifestación para que el Gobierno los deje actuar por la libre.

Como el Gobierno no les iba a hacer caso, los “callejeros” se ponían malcriados. Entonces, los de los tanques dispararían contra los “callejeros”, con tan “mala puntería” que más bien se apeaban a los que estaban en las oficinas de la presidencia. Y chupulún, ¡caía el Gobierno!

“¿Me imagino que diste a conocer tan siniestro plan?”, le dije. “Pues no –me contestó–, ¿no ves que se trata de correspondencia privada? Y nuestra Constitución nos da derecho a la privacidad”.

Como Jeremías vio que casi me da un patatús, me dijo que estuviera tranquilo, que todo era un invento para fregar un rato.