Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
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Jesús regresa de Tiro y Sidón con una idea más clara de su tarea. Pero, ¿qué piensa la gente sobre él?
Curiosamente este domingo viviremos algo que no se repite. Hace siete semanas meditamos este mismo texto, pero en el marco de la fiesta de los santos Pedro y Pablo. Hoy lo vemos en la lectura continuada de San Mateo.
Jesús quiere saber si está calando, por eso pregunta: “¿Qué dice la gente del Hijo del Hombre?”. Las respuestas son todavía erráticas e intentos de interpretación de los hechos: Jesús es visto como una figura radical. Como Juan Bautista, Elías e incluso Jeremías u otro profeta.
Pero conviene arañar en los íntimos. “Ustedes, ¿qué piensan?” “Tú eres el Mesías” es la respuesta luminosa del primero de los apóstoles. Jesús percibe un verdadero crecimiento en Simón y por ello da un paso. Él sabe que el anuncio de la Buena Noticia deberá desarrollarse con responsabilidad. Por ello creará una iglesia, una comunidad activa que reúna, consolide, acompañe y fortalezca a los evangelizados. Una familia con raíces hebreas, pero con visión universal, abierta a un mundo distinto, un mundo pagano y ansioso de Dios.
El llamativo intercambio del diálogo: “¿quién soy?”, “tú eres”, “yo soy”, “tú serás”, nos revela la nueva tarea de Simón. Jesús le dice: “Tú eres Pedro”. Con ello, Simón aprende que pasará de ser roca espontánea e improvisada (petrós) a piedra trabajada y pulida (petram), cimiento del nuevo edificio espiritual. Él comprendió a Cristo y por ello Cristo apoya sobre él su Iglesia, una Iglesia que caminará por Cristo y hacia Cristo, hasta la consumación de los siglos, siendo guiada por el Vicario del Señor, el que es llamado Padre y Pastor.
Ahora bien, no perdamos de vista la estrecha relación que empieza a consolidarse entre Jesús y Pedro. El vínculo se inició junto al lago, cuando Pedro dijo: “apártate de mí porque soy pecador”, y el Señor le replicó: “te haré pescador de hombres”. Jesús y Pedro empezaron juntos el camino y juntos lo terminarán. Esa relación no se verá afectada por las inestabilidades del apóstol, ni siquiera por la muerte de Cristo. Ambas cosas derivarán en éxito. El apóstol terminará por cumplir su misión. Lo hará cada vez mejor, porque cada vez estará más unido a Cristo asumiendo la voluntad de Dios. Pedro debe creer, amar y sostener a los otros en la fe.
Pero, como Pedro morirá crucificado como Cristo, serán sus sucesores en el pastoreo de la sede de Pedro, en Roma, los que continuarán resistiendo sobre sus hombros humanos. Sin embargo, tendrán el auxilio del Espíritu Santo, el edificio de una comunidad que poco a poco alcanzará su plenitud, precisamente cuando alcancen al que es la piedra angular, Cristo.
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