Jorge Arroyo
Escritor

En estos días hemos escuchado con gran esperanza que pronto se multará y encarcelará a los asesinos borrachos de las carreteras, a los picones y a toda la salvajada vial del país, la que en actos irresponsables e irrespetuosos aterroriza, mutila y mata.

Aunque puede llegar con los retrasos impuestos por la necedad leguleyo y burocrática que aquí entraba todo, la nueva Ley de Tránsito se anuncia gruesa; pero, sin ánimo de opacar la alegría que propone el Festival de la Luz, nos preguntamos: ¿será esa ley todo lo eficiente que se proclama y se quisiera?

Los castigos fuertes y las multas altas tentarán a algunos a evitarlas, intentando sobornar al gremio oficial y judicial encargado de hacer cumplir la ley.

¿Se aplicarán sanciones con prontitud y eficiencia?

Van a ser necesarios muchos más personeros en las calles y en las oficinas, cierto, pero también se necesitará que esos, y quienes ya están, sean fuertes moralmente para que sus principios y misión no se vendan ante el infractor que resulte un mejor postor para sus bolsillos, por encima de un fuera de la ley que debe rendir cuentas.

Es de esperar que haya supervisores probos, y que nos beneficiemos todos.

Probablemente la nueva ley reduzca dramas y traumas en nuestras calles y carreteras, pero, como ocurre con tantas otras regulaciones, poco cambiarán las cosas si cada quien no pone su grano de arena para que funcionen, acatando la normativa y denunciando la corrupción que pudiera atraer.