Edgar Fonseca

El expresidente español Felipe González al elogiar la figura del también exjefe de Estado ibérico Leopoldo Calvo-Sotelo, recién fallecido, recuerda: “…eran tiempos difíciles en que todos teníamos que remar en la misma dirección: consolidar la democracia... Eso exigía consenso y renuncia a posiciones propias, buscando el bien de todos los ciudadanos”.

Y añade: “Las renuncias no fueron tales, porque teníamos muy poco y lo importante era el objetivo común”.

Tras 30 años de retorno a la democracia, España destaca en el concierto europeo en su apuesta al desarrollo gracias a dirigentes visionarios que, como Calvo-Sotelo, soslayaron miopía y mezquindad en instantes cruciales.

La etapa de la transición de la dictadura franquista a la democracia, tuvo en dicho político un breve pero sólido eslabón.

Por eso los elogios que recibe por su fundamental aporte a la joven democracia ibérica.

Por acá, sin el lastre del trauma de una dictadura, la cortedad de mira impide a muchos acudir a los consensos y renuncias, tan necesitados en tiempos de reformas trascendentales, de decisiones visionarias para nuestra sociedad.

La discusión de insertar al país al ritmo de las corrientes de desarrollo más coherentes, alejadas, claro, del cáncer de Caracas, por poco nos infarta. Y con fórceps, damos vuelta a la hoja de una decisión democrática, de una voluntad mayoritaria que coloca al país en ruta a urgentes cambios.

Finalmente quedó en firme la apertura de las telecomunicaciones. Por la misma senda entramos en materia de seguros. Que el desgaste que esta coyuntura le ha significado a distintas fuerzas, y el deterioro a la competitividad del país, sirvan de lección sobre la madurez que, como los españoles, se necesita para remar en democracia.