Amado HIDALGO
Periodista

A costa de ser calificado como un troglodita machista, tengo que decirlo: No me gusta la metro sexualidad en la que ha caído el futbol. Bueno … los futbolistas.

No me importa que los jugadores vayan a la estética, alisen sus cabellos, echen mano de pañoletas para domar sus largos cabellos o que se entallen en camisetas estrechas para combatir los olores o para no sudar en exceso, que al final no se sabe ni para que son.

No. No es eso. Lo que me causa desazón es verlos pendientes más de la bincha o del despeine de los colochos que de la pelota misma, la única que debería concentrar la atención en la cancha.

Me preocupa que a partir de los Beckham o de los Cristianos Ronaldos, los jóvenes de hoy creen que el fútbol es una pasarela y que la cancha una la alfombra roja.

La metrosexualidad del futbolista me parece que es proporcionalmente inversa a su compromiso con el balompié. Les duele una uña y ya no juegan, la gripe los saca del compromiso dominical y hay quienes si no tienen el zapato del color de moda no se sienten capaces.

Extraño a los Julio César Bustos o Juan Carlos Masís, aquellos robles que jugaban cien y más partidos seguidos, contra rivales tan duros como ellos pero sin arrugarse por nada. No olvido la imagen del Beckenbahuer indómito que jugó parte de un Mundial con cabestrillo por una fractura en el brazo.

Ya no los hacen como antes. Ahora quieren ser del jet set y se la pasan en cuanto evento nocturno pueden. Solo se fijan en las modelos despechugadas que pululan en esos ambientes y, como la fama y la televisión son mágicas, también logran que esas damas correspondan, aunque el modelo futbolero no sea de primera.