Viernes 31 de octubre de 2008, San José, Costa Rica
Nacionales | Columna de opinión
Testigo de cambio: Las plagas

Miguel Salguero
Periodista

¿Han oído hablar de las plagas que azotaron campos y ciudades desde la era colonial hasta los comienzos del siglo XX?

Innumerables. Pero, entre las más recientes, en una ocasión “se soltó” una cantidad tan grande de ratas en San José que las autoridades ofrecieron pagar diez céntimos por cada animal muerto.

¿Cómo controlaban el asunto? Muy fácil: había que llevar el rabo como prueba. En Liberia, la plaga de zanates fue tan enorme allá por 1980 que hicieron lo mismo: pagar por matarlos a un muchachito que era diestro increíble con la “flecha” u honda de hule (le quitaba un cigarrillo de la boca al osado cristiano que aceptaba el reto), tan usada antes en todo el país para matar a las desdichadas aves. En una sola “tanda” mató nada menos que 1.600 zanates.

De lo anterior puedo dar fe porque mi esposa accedió y pasó la prueba con éxito (no sean mal pensados).

La llamada plaga del chapulín o langosta fue un azote para los campos. Era tan grande la cantidad de insectos que tapaban – literalmente– la luz del Sol. Estos bichitos arrasaban plantas de todo tipo. ¿Cómo se combatían?

Nosotros fuimos testigos de una forma curiosa: todo el mundo salía al campo armado de ollas, latas y otros objetos de metal capaces de producir ruido. Con el escándalo, en ocasiones se lograba el objetivo de que los insectos siguieran hacia otros lugares, pero no siempre.

No confundir esta “langosta” con el crustáceo al cual se refirió el caníbal cuando cruzó un avión y su hijito le preguntó qué era aquello. “Eso es como la langosta: se come solo lo que está dentro”, contestó.

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