Alejandro Arley Vargas
aarley@aldia.co.cr
“Déjalo todo y ven; renuncia a todo y ven tras de mí. Toma tu cruz y sígueme”, es el coro que resuena en la enorme capilla del Seminario Central, en Paso Ancho.
Son las seis de la mañana del jueves 2 de abril y 120 seminaristas participan de la Hora Santa.
La mayoría de los rostros que veo son juveniles. Algunos, puedo decir, casi de chiquillos.
Su meta es convertirse en sacerdotes. La mía; explorar qué los impulsa a dedicar su juventud a los asuntos de “El de arriba”.
El punto en común de las historias que escucho en el comedor y otros sitios del Seminario, es el deseo que estos muchachos sintieron de servir a los demás.
Rónald Alfaro, de 25 años, estudiaba ingeniería en Seguridad Laboral e Higiene Ambiental en el Instituto Tecnológico de Costa Rica, pero el llamado de Dios fue mucho más fuerte.
“La vida del sacerdote es de servicio a los demás y eso es lo que quiero hacer”, afirma.
Después de varios encuentros vocacionales, pruebas psicológicas y un año introductorio en La Garita de Alajuela, ahora vive feliz con su vocación.
Volvió para quedarse
Federico Montenegro está a las puertas de ser sacerdote, pero su camino no fue sencillo. Ingresó al Seminario en el 2000, sin embargo, se retiró en el 2002.
“Estudié administración de empresas, trabajé en un restaurante de la familia. Luego analicé mi situación y me di cuenta que el servicio que podía dar como sacerdote es único; así que volví al Seminario”, recuerda sonriente y satisfecho.
Igual que a un estudiante de Derecho le entusiasma la idea de de ganar un caso complejo en un juzgado, a Rónald le ilusiona pensar en su primera misa y en aconsejar a la gente.
Son las ocho de la mañana y el Seminario parece más una universidad. Los salones de clase se llenan hasta el mediodía.
Griego, Latín, Sagradas Escrituras, Psicología, Doctrina Social e Historia de la Iglesia, son solo algunas de las materias.
“En las tardes, tenemos espacio para jugar fútbol, hacer natación, ver ‘tele’ o descansar”, me cuenta Javier Quesada, seminarista a quien conocí cuando yo era guía en campamentos juveniles y él un alumno del Colegio Seráfico de Cartago.
La formación sacerdotal diocesana dura ocho años. Uno es introductorio, tres son de filosofía y cuatro de teología, me explica el padre Javier Muñoz, rector de la institución.
Agrega que, en promedio, una tercera parte de los que inician la formación llegan a ser sacerdotes. Este año ingresaron 44 personas al año introductorio.
Hacía tatuajes
El viernes me visitan en Al Día los religiosos Jimmy Agüero, Felipe Troya, Edson Morales y Héctor Meneses. Ellos son acólitos y les falta poco tiempo para ser sacerdotes.
Troya, de 28 años, cuenta que se ganaba la vida en su natal Colombia haciendo tatuajes.
“Tatué hasta los 17 años, tenía novia y no era muy bueno para los estudios. Dios permite que las cosas ocurran para bien y les da un sentido nuevo”, relata.
Según Troya, la vida de un religioso joven es como la de cualquier otro. Lo que cambia es el sentido, que en su caso es una vocación de servicio.
“Antes de entrar al Seminario, pensé: si Dios ha sido grande conmigo, ¿cómo le puedo pagar todo el bien que ha hecho? Él hizo el llamado y yo solo dije sí”, finaliza.
Carlos Coto tiene 28 años y apenas 11 meses de haberse ordenado sacerdote. Es vicario en la Basílica de los Ángeles de Cartago.
Recuerda con cariño su experiencia de formación sobre todo porque su hermano Danny, de 23 años, está en el Seminario.
“Comprendo lo que él vive y por eso lo acompaño con mis oraciones”, comentó el presbítero.
El sacerdote dijo que si un joven siente un llamado a la vida religiosa, puede acudir al párroco de su comunidad para que lo oriente. “Es un aprendizaje diario”, añadió.
Sergio Arias es oriundo de Cañas, tiene apenas 18 años y quiere ser sacerdote.
Contó que el testimonio de varios religiosos lo impulsó a tomar ese camino.
Antes de entrar al Seminario, sorteó los cuestionamientos de amigos y algunos familiares, quienes le pedían que pensara bien su decisión.
“Eso es normal que pase. Al final de cuentas los más cercanos me apoyaron”, comentó el joven.
Arias expresó que la experiencia que ha vivido hasta ahora lo envuelve y siente que puede ser feliz y obtener su realización personal.
Su forma de hablar transmite mucha tranquilidad, pero sus palabras no pierden la chispa clásica de una mujer joven.
Las novicias de la Congregación Oblatas al Divino Amor, ubicada en Moravia, aseguran que la vida religiosa no es aburrida ni es un escape a la realidad.
Ellas dejaron sus carreras, trabajos e incluso novios para consagrar su vida a Dios. Gran parte de su tiempo lo dedican a la oración profunda frente al Santísimo (Hostia consagrada).
Esta Semana Santa, estarán de misión en varias comunidades de Jacó donde los sacerdotes no pueden llegar.
“Yo estudiaba preescolar y tenía pareja, pero sentía que algo faltaba. Uno siempre busca la felicidad y descubrí que podía encontrarla como religiosa”, comentó Estela Moya, de 24 años.
Viviana Ruiz es colombiana y cursó parte de la carrera de Economía. Sus padres viven desde hace algunos años en Costa Rica y hace dos años vino al país.
Estudió publicidad y trabajaba en un una oficina de abogados en San José. Un momento de oración le hizo ver que su vocación era servir a Dios.
“No me lo imaginaba; no estaba en mis planes”, recordó.
Jennifer Recio, de 22 años, relató que su ilusión de ser una religiosa estaba inspirada en la vida de otras que son reflejo de paz y alegría.
Su decisión no fue fácil. Estaba feliz con su novio y de pronto tuvo que decidir entre sus dos grandes tesoros: una pareja o la vocación.
“Fuimos a una hora santa. Oramos y pedimos para que yo encontrara la respuesta. Tomé la decisión y él me dijo que Dios era un ‘rival’ con quien no iba a luchar”, afirmó Recio.
Marta Sánchez, de 27 años y vecina de Curridabat, daba lecciones particulares de guitarra antes de entrar al noviciado.
Cuenta que el amor de Dios trasciende todo y le permitió desprenderse del trabajo y de la familia para seguirlo.
La vida de las religiosas Oblatas al Divino Amor está muy bien programada. La formación completa en la congregación dura 10 años.
Una campana marca la hora de levantarse minutos antes de las 6 a.m. A las 6:30 inician sus oraciones y meditaciones.
Luego desayunan y a las 8:00 a.m. reciben cursos de formación.
Durante el día hay espacio para practicar deportes, ver las noticias en la televisión y tener recreación.
En varios momentos del día van a la capilla a adorar al Santísimo. A las 4 p.m., rezan el rosario y a las 5 p.m. asisten a misa.
© 2009. Periódico Al Día. El contenido de aldia.cr no puede ser reproducido, transmitido ni distribuido total o parcialmente sin la autorización previa y por escrito del Periódico Al Día. Si usted necesita mayor información o brindar recomendaciones, escriba a webmaster@aldia.co.cr.