Domingo 5 de abril de 2009, San José, Costa Rica
Nacionales
Evangelio de hoy

Alvaro Sáenz Zúñiga
Presbítero
asaenz@liturgo.org.

El Domingo de Ramos está marcado por un doble sabor; primero dulce: la entrada de Cristo en Jerusalén. Luego se vuelve amargo: la envidia y la mezquindad de los escribas y los fariseos, del Sanedrín, así como los sacerdotes del templo, provocarán la muerte de Jesús.

Hoy la Iglesia proclama dos evangelios. El primero para la procesión con los ramos, un texto breve que narra los acontecimientos vinculados con este hecho en la vida de Jesús. Pero esa procesión de alegría y de gozo, al llegar al sitio en que continúa la celebración, se transformará en experiencia dolorosa. Este domingo se llama Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.

La pasión de Cristo que nos narra San Marcos empieza con la confabulación de los judíos. Luego nos plantea dos cenas. La primera, un festejo al que asiste Jesús. En ella una mujer le habría ungido los pies con perfume. Mientras Jesús asegura que esta mujer se anticipa a su embalsamamiento, Judas se decide a entregarlo. La otra cena es la de Jesús con sus apóstoles, la última cena, la cena de Pascua, cena de agobios, de anuncios terribles, cena eucarística y anuncio de la llegada de la definitiva alianza de Dios con su pueblo.

Terminada la cena, Jesús va al huerto, donde pasará una hora de oración intensa sobre el “cáliz” que debe beber. Le acompañan sus apóstoles. De pronto los soldados, guiados por Judas, vienen a apresar al Señor. Ya en el Sanedrín, los enemigos no logran poner de acuerdo a los falsos testigos, pero Jesús les facilita las cosas asegurando que, ciertamente, él es el Hijo del Dios bendito. Mientras, en el patio, Pedro niega a Jesús, los judíos deciden llevar al prisionero a Pilato para un juicio de muerte. Allí el pueblo escogerá a Barrabás y Jesús, azotado y coronado de espinas, será llevado a crucificar.

Con la expresión “el velo del templo se rasgó en dos”, Marcos nos declara que este sacrificio reabre el diálogo de Dios con la humanidad. Si Marcos empezó su texto diciendo “Evangelio de Jesucristo, Mesías, Hijo de Dios”, lo cierra poniendo en boca del soldado romano la frase “¡Este hombre era Hijo de Dios!”.

La sepultura concluye el ciclo de la vida humana de Jesús y prepara nuestro corazón para encontrarnos con él, resucitado. Y el triunfo de Dios será triunfo del hombre, salvados por Dios hecho carne.

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