Antonio Alfaro, periodista
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Mejenga en Costa Rica, “potra “ en Honduras, “cascarita” en México...
La llaman así y asá, pero sigue siendo la misma, sobre polvo, cemento, barro o alfombra; en la plaza o el callejón, entre cafetales –como en la niñez de mi padre–, en el lote baldío o en la calle –como en la mía–, en la cancha de fútbol 5 –para las nuevas generaciones–.
“Chamusca” en Guatemala, “mascón” en El Salvador, “pichanguita” en Chile y Perú...
¡Mejenga! La que se acaba con la puesta de sol, la que se juega bajo la lluvia, la muchas veces definida con aquel “el que mete un gol gana”.
¡Mejenga! La que no sabe de besos comerciales, esos que dan los figurones cual pasión de novela a una camiseta recién enfundada, con olor a nueva, nunca sudada por ellos. Por un puñado de “kilos”, como llaman los españoles a los millones de euros, besarían hasta al perro de Florentino Pérez o Massimo Moratti.
“Recocha” o “picadito” en Colombia, “camainera” en Venezuela, también “picadito” en Argentina...
No es como la llamen, sino el placer que nos genera entre pecho y espalda, incluso sin jugarlas, con solo traer a la memorias aquellas más disfrutadas.
¡Mejenga! La jugada por unos niños en la General Cañas, mientras el MOPT reparaba la bendita platina. ¡Si recordara la “Sele” el alma de la mejenga!
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