Jorge Arroyo
Escritor

En los seres humanos la salud física y la mental sufren alteraciones para mantener el equilibrio.

Regularmente, las personas pasan por altibajos, entre estados felices y caídas anímicas que reducen las fuerzas y el ánimo, especialmente cuando se trata de enfermedades.

Al enfermar, nuestro sistema inmunológico copia defensas y refuerza las herramientas que tiene para enfrentar las amenazas corporales; es decir, se recompone a partir de sus propios mecanismos.

Pero también acostumbramos apoyarlo con lo que la ciencia y la farmacopea nos brindan. Las sociedades también viven situaciones alternativas.

La intermitencia de los fenómenos sociales hacen que salgamos de la rutina o tengamos que vernos atendiendo situaciones inusuales, probándonos nuestras capacidades y valía. Pero, para eso, también es necesario que el cuerpo social tenga momentos de calma y esparcimiento, de relajación y distracción. Solo después de ese “compás de espera”, será posible la reflexión más profunda.

Por eso, no habríamos de anatematizar las fiestas de Palmares, en relación con el duelo nacional ni al reciente trauma sísmico.

Una cosa no hace que pierda validez la otra. Disfrutar lo más sanamente posible del posdiciembre no hará que la población sea mejor o peor que antes, al menos si la pachanga no resulta el escape a la responsabilidad nacional, sino la ilusión que da gozar de un espacio festivo –como son los feriados– desde donde se regresa a trabajar con más ahínco.