Domingo 22 de febrero de 2009, San José, Costa Rica
Internacionales | Riqueza y pobreza se mezclan en la isla
Las dos caras de una Cuba llena de contrastes
Un país que espera en algún momento dar el gran salto a la libertad
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    Su belleza arquitectónica la convierte en una capital única. Mónica Umaña.
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    En las gradas del Capitolio se ve el ajetreo cotidiano. Erick Carvajal M.
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    Los balcones de La Habana sirven para secar la ropa. Mónica Umaña.
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    Hay sitios de La Habana vieja que se están restaurando. Erick Carvajal M.
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    En el mercado de artesanías se puede conseguir lo que sea. Monica Umaña.

Erick Carvajal M.
ecarvajal@aldia.co.cr

La Habana. - A las 11 de la noche salimos del aeropuerto José Martí, en La Habana, directo a Varadero. Más de dos horas de viaje por una carretera oscura, donde apenas puedo divisar, a lo lejos, algunas luces. Para mí, es un sueño. Estoy en el país al que siempre había querido viajar y a mi lado está Mónica, mi esposa.

Cuba se abre frente a mis ojos como una ciudad oscura. Con nosotros va una pareja de argentinos. Coincidimos en que América Latina sufre lo mismo en todos sus países, gobiernos que llegaron para servirse.

El conductor de la micro nos trata de convencer que los sistemas de cuatro años no sirven y que en Cuba es mejor, porque han tenido tiempo para hacer las cosas. El pasado 1 de enero, la revolución cumplió 50 años.

En Varadero no hay límites. Grandes hoteles, festines todo incluido, tiendas a un lado del camino, las carreteras de primera calidad, los carros europeos último modelo y convertidos en taxi y noches interminables de fiesta. Esta playa es una gran caja registradora donde lo más importante es obtener la mayor cantidad de euros o dólares para qué o para quiénes no sé.

¿Lo llevo?

–“Señor, lo llevo al mercado de artesanías más grande”, me dijo un hombre que trabaja como cochero en Varadero.

– ¿Cuánto cuesta?, pregunté.

–10 pesos los dos, respondió.

Ese hombre gana 12 pesos mensuales, nos contó. Todo lo que hace como cochero se lo entrega al Gobierno. Tiene familia en Estados Unidos y no sueña con irse de su país. Aquí, aseguró, vive tranquilo.

“Allá (en Estados Unidos) mi familia vive estresada, pensando en cómo pagar sus hipotecas, en cambio, yo tengo casa, pago tres pesos de luz, no pago el agua y mis hijos tienen una educación completamente gratuita. Me dan la comida, la cual me alcanza para todo, no necesito más”, nos comentó.

Habla varios idiomas y lo vimos alejarse con unos estadounidenses a quienes les iba contando todo sobre Varadero.

La seguridad social de Cuba es envidiable. Su sistema educativo y de salud se lo desea cualquier país de América Latina. Sin embargo, es lo mínimo que debe tener cualquier pueblo civilizado del mundo. No puede ser el trapito de dominguear ni para Cuba ni para ninguna nación del mundo.

Una tarde soleada

Nos fuimos de Varadero en una tarde soleada, los vientos del Norte obligaban a usar suéter para aplacar el frío. Adiós al paraíso tropical, a los hoteles de lujo, a la comida las 24 horas del día.

Cuba es hermosa por donde quiera que se vea. Una isla con pueblos llenos de historia, de una belleza escénica incomparable.

El autobús llega a La Habana a las 6 de la tarde. La ciudad, como cualquiera del mundo a esa hora, está repleta de gente que va de regreso a sus casas y de vehículos, modernos y antiguos, que apresuran su paso por las calles.

El sol cae y deja sus últimos rayos sobre los edificios. La escena es preciosa. Me parece estar oyendo los acordes de Silvio Rodríguez y la letra de la canción que dice: “Vivo en un país libre, cual solamente puede ser libre, en esta tierra, en este instante…”

Al otro día, a las 6:30 a.m., estamos recorriendo los rincones de La Habana vieja. Sus calles empedradas, sus plazas y callejuelas.

Por un lado se desborona y por el otro la reconstruyen. En una esquina es gris y negra, en otra, amarilla y naranja, con olor a nuevo, arquitecturas iguales, pero sus caras son diferentes.

Las últimas horas

Hay calor intenso, las calles habaneras llenas de gente, el Capitolio, copia exacta del de Estados Unidos, es un sitio obligatorio donde paran cientos de turistas y en sus gradas, un hombre invita a tomarnos una fotografía con una cámara antigua, como un recuerdo inolvidable.

La escena del sol cayendo sobre La Habana se vuelve a repetir. La melancolía me invade, son las últimas horas en esta capital, donde siempre soñé estar y donde espero regresar, otra vez, y a lo mejor, quedarme para siempre.

Tal vez lo logre en una Habana libre, como la de ahora, pero sin las telas de araña que la amarran al pasado. Tal vez la vea caminando sola, sin los “dioses” que la dominan en este momento y dándole paso a esa nueva generación de jóvenes, que quieren seguir viéndola libre, pero libre de todo.

“¡Cuba va, Cuba va!”

Mónica Umaña
Periodista Telenoticias

Mientras almorzábamos en un restaurante donde abunda la carne, las pastas y los postres… dos mujeres, cubanas por los cuatro costados, se las ingenian para guardar porciones de arroz en una bolsa plástica, que probablemente comerán esa noche.

Luego, un hombre con guayabera nos aborda en la misma mesa en que descansamos el almuerzo… nos ofrece los “mejores” habanos cubanos, café “de calidad” y el famoso Havana Club, ron indispensable para un buen mojito.

Así es la Cuba que acabo de conocer… plena de hombres y mujeres trabajadores, simpáticos y que buscan llevar el sustento a sus familias, aunque implique maniobras difíciles para conseguir algo de comida y unos pocos dólares de los turistas.

Pero también es la misma Cuba que me atrapó con la belleza de su cielo azul, atardeceres envolventes y calles impecablemente limpias. La Cuba de música alegre en cada esquina, gente en extremo amable y playas turquesas.

La decisión de ir a Cuba de luna de miel no fue difícil… Erick la propuso y yo no dudé. Vimos La Habana real, la de casas en ruinas, personas pasando necesidades, dólares que valen un 20 por ciento menos y largas filas para tener comida. Las dos Cubas son tan diferentes y cercanas, que cuesta entenderlas.

Hace años, cuando Silvio Rodríguez escribió: “Puede que algunas noches las estrellas no quieran salir. Puede que con los brazos haya que abrir la selva, pero a pesar de los pesares, como sea, ¡Cuba va!, ¡Cuba va!”, lo hizo con otra intención y en un ambiente totalmente politizado.

Pero ahora, en la Cuba actual, lo mejor que le puede pasar a la isla es que sus ciudadanos digan “¡Cuba va!”

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