Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
asaenz@liturgo.org

Hoy celebramos la primera de las fiestas del Señor en el Tiempo Ordinario: el día de la Santísima Trinidad.

La Iglesia se acerca a la Trinidad de un modo muy original. En realidad no puede comprender el misterio de “Dios por dentro”, lo que es imposible, por ello contempla y festeja la forma en que Dios derrama gestos de amor y solicitud con nosotros.

Este año, la propuesta bíblica de la fiesta de la Trinidad es desde Jesucristo resucitado, revestido de poder y gloria. Precisamente ese Jesús triunfante es el revelador por excelencia del misterio de la Santísima Trinidad.

Sabemos que Jesús es el Hijo de Dios, quien le envió. Ahora bien, al regresar al cielo, Jesús y el Padre nos donan al Espíritu, que es también Dios.

Hoy Jesucristo Resucitado, envía a su vez a los apóstoles, sellados con su Espíritu, no sólo a predicar el evangelio y el perdón de los pecados, sino también a realizar la obra de salvación mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira la vida litúrgica de la Iglesia.

Tarea fundamental será bautizar a los nuevos creyentes en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, porque todo pertenece a Dios y a Dios debe volver. Con el anuncio de la Buena Noticia del reino se cumple la tarea de Cristo que es mostramos el rostro amoroso del Padre, para que Dios sea todo en todos.

La Trinidad busca su gloria en la consolidación amorosa de la creatura humana, creada para Dios y que solo en Dios encontrará descanso. El ser humano fue creado por Dios, no para que muera, sino para que en Cristo tenga vida eterna.