Roxana Zúñiga Quesada
Periodista
ropazu@racsa.co.cr

Asistí recientemente a un bautizo. Eran unos 20 niños, quienes, entre chillidos y gorjeos, se iniciaban en la vida como católicos.

También representaban una señal inequívoca de que la cigüeña no ha olvidado nuestra dirección ni “e-mail”.

Si algo producimos bien los países pobres, son los retoños gritones, y eso que el 99 por ciento de los hogares cuenta con televisión. Evidentemente, sus padres no los fabrican con tecnología catódica ni de plasma.

El joven sacerdote que oficiaba la ceremonia nos despidió con un gracioso “feliz arroz con pollo”, en alusión a que ese manjar nos esperaba en la mesa del agasajo.

¿Por qué ese platillo es el rey en los festejos de los ticos?, me pregunté mientras salía de la iglesia. No lo sé (si usted tiene la respuesta, le ruego me la escriba a la dirección de arriba).

Es una tradición muy acendrada… junto a los frijoles molidos, la ensalada rusa y las papas tostadas, el arroz con “siempre” (como bromean algunos) es un compañero fiel en las celebraciones nacionales, ya que, con buena cuchara, es comida sabrosa y llenadora; además, de menor precio.

Cada vez que al hogar nos visite una persona importante, deberíamos hacer que lo deguste. Si esa elemental precaución hubieran aplicado los asistentes a la “gran comilona”, muchas agruras se hubieran evitado. Y hasta algunas cabezas estarían hoy en su lugar.