Álvaro Sáenz, presbítero
asaenz@liturgo.org

Ustedes también estén preparados. No teman, el Padre de ustedes ha querido darles el reino.

Esta parábola nos aclara que Jesús es quien nos da el Reino. La semana pasada, Él nos pidió ser ricos a los ojos de Dios, hoy que las riquezas materiales podrían dañar el crecimiento del Reino.

No debemos confiar tanto en los bienes materiales. Es mejor no tenerlos y más bien acumular “un tesoro en el cielo”. Y Jesús nos recuerda: “allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón”.

Nuestra vinculación con el Reino es esencial. Si queremos tenerlo, debemos esperarlo siempre, porque llegará en cualquier momento. Y la técnica es no verlo como cosa del futuro, sino como algo que ocurrirá de un momento a otro. Por eso se nos recomienda estar preparados “con las lámparas encendidas”.

Y Jesús nos da la clave. Como no se sabe cuándo vendrá: “¡Felices los servidores a quienes el Señor encuentra velando a su llegada!”

Y cuando Pedro pregunta si tales recomendaciones son para ellos o para todos, Jesús le aclara que quienes aceptamos de Dios la tarea de evangelizar el mundo, curas, obispos y religiosos, religiosas y monjas, laicos comprometidos, tenemos una responsabilidad mayor. Los “ministros del Señor” debemos ser en extremo cuidadosos y vivir muy atentos a su regreso, reflexionando en aquella frase: “Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más”.

Mi fidelidad a Cristo se mide por mi amor a los pobres y abandonados. Mi amistad con Él se calibra desde mi capacidad de aceptarlo en los desposeídos y violentados. Estemos atentos y ocupados, trabajando en la construcción del Reino para que cuando el Señor llegue nos encuentre totalmente sumergidos en el misterio de su amor.