Ana Coralia Fernández
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El campeón tico del maratón no corre con las piernas, corre con las uñas. Así como lo leyó: con las uñas.
Con su propio esfuerzo, como cientos de atletas del país, se autoimpone su disciplina, decide, se prepara, se alimenta y gana.
No gana bananos, ni jugos de naranja, como ocurre con los atletas primerizos que compiten por amor a la camiseta.
Gana medallas de oro, rompe sus propias marcas y tiempos internacionales.
Sin uniformes de lujo, sin “profesores”, sin técnicos millonarios, que además cobran millones, sin polémicas reuniones que mantienen al país en vilo, sin federativos divididos, sin cónclaves secretos que designen a un nuevo “Papa”.
Nery gana como corre: solo.
Ahora nos damos cuenta, porque es tan grande su triunfo que le ponemos cuidado, pero durante todos los años que se preparó para alcanzar el triunfo, ni lo echamos de ver.
Su familia allá en Limón, sencilla y humilde, como toda la provincia, sabe de lo que hablo.
Y como el triunfo cuesta y como las medallas no vienen en cajas de cereal, uno se pregunta: ¿por qué a los deportistas que menos resultados obtienen les dan todo y a los otros, a los esforzados, a los que triunfan tan poquito?
¿Nos estaremos asomando al espejo equivocado?
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