Ana Coralia Fernández, periodista
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Como si fuera una réplica del terremoto en Haití, los niños le han quitado el sueño al mundo entero.

Cientos de países abren espacio en sus hogares y en su corazones para recibir a estos pequeños que no tienen más refugio que el miedo y el frío.

No obstante, las portadas de todos los diarios informan con preocupación la alarma de organismos como Unicef, Save the Children y Visión Mundial sobre el problema de las mafias de ese país que aprovechan el caos para traficar con menores impunemente para fines sexuales, explotación laboral, tráfico de órganos o, incluso, adopciones ilegales.

Costa Rica, generosa como es, ha enviado dinero, equipo humano y materiales para paliar el dolor de los haitianos y también se anota en la lista de las familias dispuestas a recibir a nuevos miembros.

Pero, debe haber una pausa para la razón y el orden. Las entidades piden un compás de espera primero, para que estos pequeños traten de recuperar algo de lo mucho que perdieron en familiares sobrevivientes y algo de arraigo por sus raíces y después, impedir que quienes tienen garras para arpa, lucren con el bien más preciado de un pueblo: sus niños.

Una oración por una canción de cuna en su tierra y la ayuda solidaria, son el bálsamo que necesitan, antes que fomentar que se aprovechen más allá de los miles de menores sedientos de afecto y de una mano amiga que les de seguridad.