Antonio Alfaro, enviado
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Dicen que entrevistar a la “Pulga” no tiene nada de otro mundo, que roza lo aburrido, lo común y corriente, una especie de desencanto para algunos que esperan hasta 9 meses, como un embarazo, por la cita soñada.
Frases cortas, nada escandalosas, poco reveleradoras, nada fuertes, sin ensalzar mucho a nadie, mucho menos criticar. Sin anécdotas. Si acaso alguna pequeña sonrisa, como en el anuncio de Sports Center.
Da la impresión, según intepreto de autores como Lucca Caioli, autor del libro “El Niño que no podía crecer”, que Messi se sentiría más cómodo respondiendo “sí, no, chao, chao”.
Y no por arrogancia, sino timidez, casi introversión constante, que lo acompaña desde niño. Da la impresión que es otro el que sale a la cancha: vivaz, atrevido, desequilibrante.
Parece que hay dos Messis. Lo comprobaré entre hoy y mañana. Al Messi de poco hablar no le quedará otra que jugársela entre periodistas panameños, de toda Centroamérica, México y más allá. Entre oírlo y verlo jugar, la elección parece para el aficionado, un poco menos para el periodista.
Estoy dispuesto a que me aburra en la conferencia.
En la cancha me bastaría con el Messi del Mundial, de buen ver a mi gusto, aunque muchos digan lo contrario, sin gol, pero desequilibrante, espléndido, estrella para el equipo.
Los postes o las paradas de los porteros le negaron el festejo; era candidato a jugador del Mundial si Argentina hubiese ganado un partido más. Anulado por un resfrío, la zaga alemana y las limitaciones de Maradona como técnico, a Messi no le pido más. Me basta con que en la cancha aún sea antídoto contra el aburrimiento.
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