Ana Coralia Fernández, periodista
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Seguro donde "La Negrita" vio la cantidad de horrores que se cometen en nuestra sociedad, ante su imposibilidad como imagen de levantarse y pegarnos una trapeada, decidió rajarse como Jalisco.

Y es que la patrona de Costa Rica no quiere vernos sumidos en tanto miedo de salir a las calles; llora con nosotros ante los mutilados y "narcomulas" tirados en los puentes y en las calles; suspira con su pueblo cuando escucha los ruegos de las madres suplicando que sus hijos regresen seguros y sanos a la casa; se enoja cuando a veces puede más el malo que el bueno; se indigna cuando hay niños con hambre y frío en las calles, mientras otros llenos y calientes caminan en la romería.

A lo mejor si la Virgen de los Ángeles se nos apareciera en una piedra, primero tendría que fijarse a ver si no es de crack y como lo hizo con Juana Pereira, habitante de un grupo étnico con marcadas restricciones en la población de Cartago de aquel tiempo, querría que fuésemos más inclusivos con los indígenas, inmigrantes y olvidados.

Han pasado más de 300 años y lo que ella pedía en aquel tiempo, lo sigue pidiendo ahora. Deberíamos ver en las fisuras de su manto un mensaje que va más allá de los tecnicismos, y ponernos a corregir, a reparar y a redimir. Tal vez así, el manto de "La Negrita" se repare solito a punta de oraciones y de obras que sean amores. Palabras e intenciones pueden esperar.