Ana Coralia Fernández, periodista
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Aunque el dicho original es “Heredia por media calle”, luego de los terribles aguaceros del martes, lamentablemente familias, niños, ancianos y mujeres de esta provincia, quedaron literalmente, en media calle.
Ahora, ya nunca más esperarán el aguacero con alegría cuando cante el yigüirro, ni esperarán con ilusión las primeras lluvias. Cuando el cielo se encapote y se escuchen los primero truenos, recordarán con dolor y miedo, cómo el agua se llevó en segundos, cuanto tenían.
En albergues improvisados habrán pasado unos días o regresado a sus antiguas viviendas a ver qué quedó o a comprobar, bajo los escombros húmedos todavía, que nada se podrá recuperar.
Con ropa que no combina y un subsidio que nada más resolverá un posible alquiler durante tres meses, tendrán que resolver como por arte de magia, gastos, medicinas, pago de deudas, nuevos muebles, comida, uniformes, pasajes y el catálogo de cuentas de una familia.
¿Y por qué? –se preguntan algunos– ¿Hay gente tan necia que construye en los lugares más peligrosos? ¿Es que no se percatan del riesgo inminente?
No creo que sea por mal gusto, ni por exceso de fondos. Seguro que si quienes se ven afectados por estos desastres pudieran escoger lo harían en los lugares más hermosos y seguros.
La gente no elige la pobreza como un proyecto de vida.
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