Antonio Alfaro
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Dicen que ponerse en los zapatos ajenos, a veces ayuda a entender a quien los calza. Lo intentaré.
Si me pongo en los zapatos de “Guimaraes”, igual haría maleta hacia los Emiratos, donde se gana en “petrodólares” y los camellos no juegan ni dirigen el campeonato nacional.
Si me pongo en los zapatos de Daniel Ortega, no estaría preocupado por las próximas elecciones en Nicaragua. En caso de perderles pediría trabajo en Autopistas del Sol; después de todo, quién si no él logró de un día para otro que Costa Rica entera dejara de criticar, maldecir, examinar y cuestionar la autopista San José-Caldera.
Si me pongo en los zapatos de Benedicto XVI, me dedicaría más a “condonar” que a condenar. Condonar: dícese de lo que proviene del condón. Después de todo, los feligreses lo utilizan desde hace años, como método de planificación familiar. ¿Quién dijo que el pecado está en el condón?
Si me pongo en los zapatos de Laura Chinchilla (además de irme de bruces), me aguantaría las ganas de madrear a Daniel Ortega, pero no descansaría un día hasta sacar a sus soldados de Costa Rica.
Si me pongo en los zapatos de Santa Claus le pediría al “Niño” Dios que me meta más el hombro con los regalos en Costa Rica, porque el enajenado pueblo tico ya solo a él le pide.
Mejor me quedo en mis zapatos, que los otros no me quedan.
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