Álvaro Sáenz Zúñiga, presbítero
asaenz@liturgo.org
Vendrá a la hora menos pensada. El Evangelio de hoy es la simple certeza que todos tenemos de que esta vida termina. Nadie debe olvidar que un día moriremos, que terminaremos la experiencia terrenal y enfrentaremos lo que los creyentes llamamos el mundo futuro.
Dicen que esto no es complicado para los no creyentes, porque aparentemente no esperan nada, lo suyo es acabar y ya.
A veces percibo que incluso para ellos la solemnidad del final es determinante y hasta trágica. Pero los creyentes sabemos que nuestro último día sobre la tierra vendrá un día determinado solo por Dios, que es quien nos da la vida y nos la transforma.
Y la Palabra de hoy, al iniciar el nuevo año litúrgico, identifica simbólicamente la incertidumbre del día de nuestra muerte con la del regreso del Hijo de Dios.
Eso ayuda a los creyentes a vivir en permanente conversión. Convertirse no es solo arrepentirnos de nuestros pecados. Es un asumir con toda valentía y firmeza la “forma de vida” que nos propone el Hijo de Dios hecho carne. La conversión es, pues, un ejercicio cotidiano, que exige de cada uno de nosotros que, aunque vivamos como los demás, con parecidas actividades y ocupaciones, busquemos trabajar en un permanente compartir, vivir la compasión y esforzándonos en transformar las cosas. El creyente tiene un ojo puesto aquí y el otro pendiente de la llegada del Señor. Ciertamente no sabemos “qué día vendrá el Señor”. Llegará como el ladrón, que si supiéramos a qué hora viene, no le dejaríamos actuar. Queremos que cuando Cristo llegue nos abrace con su amor y nos lleve a su reino eterno. Escuche Radio María, 610 AM o www.radiomaria.cr
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