Ana Coralia Fernández, periodista
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Sí, sí, sí, sí, sí. Isla Calero, derrumbes y muerte, Caldera que se cae a pedazos, Cambronero que la cierran cada 2 x 3 y la platina...
Lo que ustedes quieran para amargarse la vida.
Para mí, estos días traen un aire que huele a ciprés que renueva mis ganas de seguir con ganas.
Deben ser reminiscencias de cuando era una niña y solo el hecho de que se acercara el 24, ya era motivo para dibujar una sonrisa en los labios.
Pero también es una necesidad de no sentir el año tan duro, de darme permiso de que los gigantes sean solo molinos y de que el fin de año me deje una burra negra y una chiva blanca, porque ya ni suegra tengo.
¿Y usted? ¿No quisiera que los fríos decembrinos le llenen la ilusión de comerse un tamal bien rico, y de ver a aquel amigo o familiar que se perdió entre la rutina y la pereza?
Cierto es que Navidad también se tiñe de una tristeza nostálgica por lo y los que se han ido y hay gente que quisiera dormirse el 1.° de diciembre y despertarse el 5 de enero...
Pero como uno no se puede brincar los días con garrocha, no queda más que enfrentarlos a “nadadito de perro” y acercarse al portal humildes como el tamborilero, pobres también como el Dios Niño y en vez de dar, pedirle a ese que nació con frío, paciencia, calma, tolerancia, luz, palabras para entendernos, pan, salud, alegría y gratitud, extrañas gemas invisibles, pero extraordinarias.
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