Edgar Fonseca
A la cabeza de uno de los aparatos de poder más corruptos en Latinoamérica, con un congreso colapsado, sin oposición, ni Corte de Justicia, ni Corte de Cuentas, ni Fiscalía independientes, Ortega, su mujer y sus secuaces se empotran al mando de los designios de Nicaragua.
Ya ni los gringos se acuerdan de aquella su otrora posesión tropical.
La pareja reina a su antojo. Pactan con los Alemán, con los Chávez y el mismísimo pisuicas.
Hacen óleo de magistraturas.
Quieren de máximo juez electoral a su exjefe de ejército, por aquello de la transparencia.
Aplastan a la disidencia y a la prensa opositora.
Y se bañan en aguas cardenalicias.
Si de recursos públicos se trata, aquello es un festín de padre y señor mío.
La piñata les hace alucinar con proyectos multimillonarios en donde no hay fiscalización capaz, en este mundo, de hacerlos dar cuentas… como dignos herederos de Somoza.
En sus afanes electoreros necesitan sumar ánimos patrioteros y qué mejor que la soberanía del río San Juan; el dragado y destrucción de todo el ecosistema fluvial fronterizo.
Y encomiendan tan “titánica” obra a Pastora, el “bucanero”, quien lame las botas de su amo y muerde la mano amiga.
El Gobierno de la presidenta Laura Chinchilla no debe caer en esta trampa tendida por Ortega y sus secuaces.
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