Domingo 26 de septiembre de 2010, San José, Costa Rica
Nacionales | De hoy
Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga, presbítero
asaenz@liturgo.org

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Había un rico que banqueteaba… y un pobre que estaba tirado a su puerta. Recibiste en la vida bienes, mientras Lázaro recibió males.

En el Evangelio, Jesús dice que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Ese podría ser el epígrafe del texto hoy, cuando Jesús propone a uno que vivía espléndidamente, pero que, a pesar de su plenitud, o quizá por ella, no logra percibir al pobre que, tirado a la puerta de su casa, no tiene qué comer y al que los perros le lamían sus heridas.

Las vidas de ambos terminan marcadas con una sutil diferencia literaria. Mientras Lázaro es llevado al seno de Abraham, al rico lo entierran, es decir, va a los infiernos. Ahí las condiciones de vida de ambos se invierten. El que recibió bienes en vida empieza a sufrir, el que recibió males, obtiene recompensa.

Cuando el rico, que seguía creyendo que estaba al mando, intenta dar órdenes al pobre, así como instruir a Abraham para que le advirtiera a sus hermanos sobre la responsabilidad social, logramos saber que la muerte es definitiva, que es acá donde trabajamos nuestra compasión, la conversión y que, pasado ese umbral, no hay marcha atrás.

La parábola nos reitera que debemos emplear esta vida para transformarnos, para convertir nuestro corazón. La existencia es para aprender a descubrir al que sufre y auxiliarle llenos de compasión. Si no aprendemos a hacerlo, pagaremos nuestro error siendo excluidos.

La llave del reino de los cielos está tirada en la calle, está oculta en ese corazón del que vive el abandono, del que sufre su pobreza y su fracaso.

Despertemos. Cristo necesita que actuemos cristianamente.

Escuche Radio María, 610 AM, o www.radiomaria.cr.

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