Periodista
¿A quién no se le hacen cortas las vacaciones por muchas que tenga, que pasee y que gaste?
¡Ah! Pero trabaje tres días seguidos, coma rápido, duerma poco y corra como un venado de aquí para allá y verá como los pies se le vuelven de plomo, los párpados de piedra y las manos se le oxidan como alambre a la intemperie...
Es un hecho que el cansancio es acumulativo y el descanso, apenas una carga temporal de baterías que se gasta más rápido que una tarjeta de telefonía prepago.
¿Será que a nuestro tiempo libre le pedimos demasiado? ¿Será que nos programamos como el robot de “Perdidos en el espacio” y no le damos chance al cuerpo ni al alma de tomarse un respiro?
Solo hay que echar un vistazo a los tiempos de espera en los sitios para divertirse, comprar o derretir el fin de semana.
Uno va al cine a distraerse, pero entre que hace la fila para el tiquete, las palomitas, la entrada y la salida del parqueo, ¡llega a coger cama!
Podría creerse que vamos a la comida rápida para que mamá descanse de la cocina, pero con solo ver el rostro de los que cuidan el campo en las estrechas mesitas multifamiliares o de quienes ordenan en el implacable mostrador de los indescifrables combos, podría inferirse sin mucho esfuerzo que el derrame cerebral está a la vuelta de la esquina, sin más ni más.
¡Nada como una buena pijama vieja, un par de chanclas, el planito calor del colchón y una buena siesta para reparar cualquier fisura física o emocional!
Un día en una macrobiótica pedí algo natural para el cansancio. La respuesta fue: ¡Descanso!
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