Nicoya.- Un cuchillo y un pañuelo, o mejor dicho, las manos que los usaron, son el pasado y presente sombrío de los habitantes de Nambí desde el pasado 6 de diciembre.
Ayer se terminaron los novenarios de William Marín y Mario López, pero ya nada es igual. Sus cabelleras canosas ahora existen tan solo en un recuerdo que atemoriza a la comunidad entera.
Nambí es el típico pueblo donde lo único que ocurre es la puesta del sol.
“Aquí la vida es de campo. Nunca se habían dado casos tan horribles, tan atroces como estos”, comenta Katia Baltodano, para quien Marín era su padre.
Hoy intenta despertarse de la pesadilla para creer que nada sucedió. Pero no podrá porque dos hombres entraron, al mediodía, a la humilde casa de don William y tras una acalorada discusión, le clavaron un cuchillo en el corazón y lo dejaron tirado en el piso.
Ese martes, mientras el jefe policial de Nicoya, Rónald Álvarez, se trasladaba al lugar, un aviso a través del radiocomunicador lo dejó atónito: a cinco kilómetros encontraron a otro anciano asesinado en su casa.
A Mario López lo vio su hermana María Estebana, por última vez, a través de la ventana de un bus. Él regresaba en bicicleta, a las 9 a.m., luego de hacer algunas compras en la pulpería.
Elizabeth López entró cerca de la 1 p.m. a su casita para dejarle la factura del agua, pero salió con un tío menos y una enorme turbación. Le habían quitado el aliento; lo dejaron con un pañuelo amarrado alrededor del cuello.
“Aquí se sabía que andaban robando, pero ya quitarle la vida a alguien... no, y menos a un anciano. Él no tenía nada de valor; vivía de la pensioncita”, contó María Estebana, sentada en el corredor de la choza. Adentro, la familia oraba por el alma de López.
El rumor corrió rápido por la comunidad y no es para menos. Ahí nunca se veían los carros del Organismo de Investigación Judicial (OIJ).
“En el cantón de Nicoya nunca había sucedido un doble homicidio simultáneo”, afirma el jefe policial, aún sorprendido.
Por eso, las dos hijas de Alice Matarrita, vecina de allí, le piden que no las deje solas. Temen que alguien entre y les haga daño.
“En todos los lugares que pase algo así, la paz se va a quitar. Desde eso, las personas ya casi no salen, no caminan solas. La gente quedó extrañada”.
La preocupación se apoderó también de las madres de niños y de Xinia Díaz, directora de la escuela Fray Bartolomé de las Casas. Ya nadie se atreve a dejar que los chiquitos caminen solos por los largos senderos de tierra que conducen al centro educativo.
Dos años atrás había una delegación en un terreno donado por la escuela, pero ahora a los vecinos les toca conformarse con ver las puertas cerradas y un escaso patrullaje casual.
El lugareño Cupertino Baltodano asegura que los asesinatos causaron un “cambio drástico” en la comunidad. Él conoció a las dos víctimas hace muchos años.
La preocupación envolvía a un par de constructores que colocaban ladrillos, la tarde del lunes, para levantar un muro en la plaza. Según don Cupertino –ahí presente –, comentar la polémica que envuelve a los dos asesinatos es ahora el pan de cada día.
Su pelo también pinta canas. Teme convertirse en el siguiente hallazgo de la lista.