Edgar Fonseca
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En México, el gobierno del presidente Calderón lanzó al ejército a las calles y aquello está que arde en la guerra contra las bandas criminales.

En El Salvador, el gobierno del comandante Funes ni con todas las tropas a su orden puede ante las “maras”.

Y en Guatemala, donde ya impera “estado de sitio”, al presidente Colom no le quedó otra que pedirle ayuda a uno de los ejércitos más corruptos del istmo.

En ninguno de esos casos, la seguridad ciudadana ha mejorado.

¿Qué nos espera a los ticos, sin ejército, gracias a Dios y a don Pepe?

Pruebas descarnadas de la arremetida delincuencial abundan.

La presente administración prometió el “oro y el moro” en seguridad. Pero anda muy enredada en los bochinches politiqueros de “su fracción”. Y medio mundo se pregunta, ¿hay alguien en casa?

El hampa hace fiesta. Las acciones más insólitas sacuden a la opinión pública.

Ajustes de cuentas y quemas de cadáveres, secuestros “express”; jueces en la picota por dejar partir a narcos; corruptela policial al menudo y al mayoreo, y mares patrimoniales a expensas de “piratas”, como en Somalia.

Por si fuera poco, una Sala IV de inexplicables resoluciones prohíbe retenes, controles básicos de seguridad y los delincuentes y narcos se sienten a sus anchas o antepone los derechos de subversivos de grueso calibre.

La emergencia de la inseguridad no debe ser avasallada por los rifirrafes politiqueros de temporada ni por esa ausencia de sentido común en su combate, desde el ámbito administrativo y judicial.

Merece mayor atención y decisión estatal, antes de que, como en México, empecemos a gritar: “¡sálvese quien pueda!