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Domingo 25 de septiembre de 2011, Costa Rica

De hoy

El Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero

asaenz@liturgo.org

El domingo el Señor nos invitaba a trabajar en el reino de los cielos y ofreció pagarnos con su denario: la vida eterna. Hoy profundiza y nos pide ir a la viña pero no como jornaleros, sino como hijo del propietario.

Este padre tiene dos hijos que sintetizan la relación del hombre con Dios. Invita a ambos a trabajar en la finca. Uno reacciona como adolescente. Dice: “no quiero”. Pero cambia de opinión y va. El otro responde con cierto servilismo hipócrita: “voy de inmediato”, pero no va.

Jesús subraya que entre “hacer lo que Dios quiere” o “hacer lo que yo quiero”, hay que escoger lo segundo, cumplir con Dios, adecuar nuestros deseos a su voluntad pensando que la hora más importante de la vida es la última.

Decían los abuelos: “de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”. Si al principio no quisimos hacer las cosas, convenzámonos de cambiar, abracemos la voluntad de Dios. ¿Cuántas veces dijimos “sí” y lo dejamos plantado?, ¿o pretendimos ser virtuosos, cuando en realidad éramos unos mezquinos egoístas?

No importa qué dije. Lo que cuenta es lo que termine haciendo. “Obras son amores y no buenas razones” dice otro dicho popular. Cristo agregará: “por sus frutos los conocerán”. Recuerde que lo esencial no es lo que parece sino lo que somos, lo que hacemos.

Lo irónico es que a veces calificamos a cierta gente de “pecadores públicos”, de “prostitutas” hasta por su apariencia. Los creemos malos y resulta que son mejores que nosotros.

No juzguemos, no hablemos más de la cuenta. No presumamos. Que nuestro “decir” se corresponda con nuestro “hacer”, porque la coherencia muchas veces no es nuestra característica más brillante.

Por eso el Señor advierte que no nos asuste si al llegar al Reino de Dios, antes que nosotros vemos a los que creíamos despreciables, indignos. Ellos tenían un corazón más disponible que el nuestro.