Periodista
Había una gran expectativa el miércoles en el país. Cientos atravesaron la famosa “platina” antes de que colapsara para ir a la Liga a ver el partido de los rojinegros contra el Galaxy.
Para un sector de los aficionados que se dieron cita en el Morera Soto, esto solo era el pretexto para estar allí.
La razón poderosa y real, era ver a una especie de semidios moderno, David Beckham: altura perfecta, tatuajes maravillosos, sonrisa impecable, piernas de concurso, y una vida pública y familiar exitosa, (algo que las mujeres desde que tenemos uso de razón anhelamos para nosotras mismas a partir del rudimentario boceto del futuro cuando jugamos ingenuamente “de casita”).
Me divertí muchísimo escuchando los comentarios de las fans dentro y fuera del estadio, dentro y fuera del hotel, hablando de esta especie de “Ken” de carne y fútbol. Confieso que yo también lo esperaba.
Me pregunté qué sentiría la Sra. Adams, al despertarse en las mañanas y ver a David en pijamas; de servirle el café en el desayuno y pedirle que por favor a la vuelta del trabajo trajera pan y mantequilla, que había que ir a la reunión del colegio y que llegó el recibo de la luz.
Sobre todo me sentí bien de escuchar a las ticas dando su opinión al respecto, como la doy yo aquí y ahora.
¡Tanto tiempo ha pasado antes de que nos animáramos hacerlo en relación a lo que nos gusta de un hombre, un jugador, un modelo, que hasta podría pensar una, que pronto nos arriesgaremos a decirlo a nuestros novios, esposos, amigos y compañeros! ¿Quién quita?
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