Quepos. - La serenidad de las aguas cristalinas, la arena blanca y un denso bosque primario húmedo-tropical convierten a Manuel Antonio en el destino perfecto para 300 mil turistas cada año.
Esta joya biológica, donde apenas se escucha el canto de las chicharras, recién fue galardonada como el onceavo parque nacional más bello del mundo, según la revista estadounidense Forbes.
Tiene 50 mil hectáreas marinas y 2 mil terrestres protegidas. Ahí habitan especies de flora y fauna en riesgo de extinción.
“La gente no viene a visitar tanto el parque, sino las playas. Por eso se pierden los senderos del bosque”, explicó el guardaparques Ólger Núñez.
Con binóculos y cámaras fotográficas, los visitantes pueden captar monos, pizotes, mapaches, venados, iguanas, cocodrilos, ballenas jorobadas y gran cantidad de aves multicolor.
“Lo que más me gustó es que todo está al natural. No hay huella del hombre aquí, solo los senderos”, señaló el mexicano Javier Hernández, quien lo recomendará como destino en su país.
La pareja española Antonia Huertas y Salvador Gálvez concuerda en que está muy bien cuidado y que vale la pena acudir.
Aunque es el segundo en visitación a nivel nacional (superado solo por el volcán Poás), es el que más dinero aporta, pues cada año genera ¢1.200 millones.
La mayoría de los turistas que se adentran en esta isla biológica son extranjeros; solo dos de cada 10 son nacionales.
Los lunes el parque está cerrado para darle mantenimiento. Grupos de voluntarios se encargan de recoger todos los desechos que hayan quedado.
El director del Área de Conservación Pacífico Central, Carlos Vinicio Cordero, destacó que las pruebas de aguas que recientemente se han realizado indican que la contaminación es cercana a cero. Lo contrario ocurre en la zona de playa pública.
El año pasado, el parque recibió una orden sanitaria, pues las aguas negras del mismo parque iban a dar al mar.
El terreno ahora estrena tanques de tratamiento, baños y un edificio para guardaparques. Entre el 2010 y el 2011, se invirtieron ¢1.000 millones, pues Manuel Antonio se convirtió en la prioridad del área de conservación.
Luchó por el parque nacional
Hipólito Corea entró a trabajar a Manuel Antonio en 1977. Laboró ahí 30 años.
Según recuerda, lo más difícil fue comenzar a desarrollar senderos, pasar hambres y asoleadas.
“Antes daba miedo viajar ahí porque era muy solo. Ahora es todo lo contrario; hay mucha gente”, comenta entre risas.
Él confeccionó los primeros uniformes y aún es el sastre de los guardaparques.