Orosi, Paraíso. - Un apacible pueblo de unas 35 familias fue literalmente borrado del mapa por una gigantesca avalancha la noche del 31 de agosto del 2002.
Una decena de casas quedaron sepultadas y otras 20 sufrieron cuantiosos daños. Sus moradores fueron reubicados en distintos lugares, una parte en Cipreses de Oreamuno, otros en Cartago.
La tragedia no se olvida.
Esa noche, siete personas, tres adultos y cuatro niños, perdieron la vida arrastrados por el alud de troncos, rocas y lodo. Una cruz, con sus nombres escritos, y una placa de concreto, en el terreno donde los vecinos cavaron desesperados con picos y palas durante días, las recuerdan cada día. Sus cadáveres nunca aparecieron.
Por necesidad y pobreza
“Mire, amigo. Yo trabajo en lo que aparece, desde cuidar una casa por unos días hasta cogiendo café. Lo poquito que me gano apenas alcanza para traerle comidita a mi mujer y a mis cuatro hijos. Si pagara alquiler de casa nos moriríamos de hambre, no alcanzaría para nada”, afirma con el rostro serio y tenso, Luis Alberto Espinoza.
A su lado, descalzo y sin camisa, con un pantaloncito rojo, juega con un pedazo de serrucho de plástico, alegre y despreocupado, Enmanuel, de dos años, su hijo menor, quien no tiene aún idea del peligro en que se encuentra.
Sus otros tres hijos, de 4, 6 y 7 años, se asoman tímidamente por la cortina de la puerta trasera de una deteriorada casa que, según Espinoza, les prestaron meses atrás mientras “las cosas mejoran” y quizás pueda, con un “golpe de suerte”, obtener un trabajo mejor remunerado y justo.
“Estuve en un taller, pero me pagaban muy mal y mejor me vine a coger café con la esperanza de que salga algo mejorcito”, añade, sin dejar de mirar hacia una quebrada de aguas achocolatadas que parece gritar furiosa a solo 20 metros de su hogar.
Él y su cónyuge, Cecilia Roblero Zúñiga, saben perfectamente que a diario retan el peligro, que habitan en un sitio calificado como de “alto riesgo” por expertos. Reconocen que cuando llueve torrencialmente tiemblan y corren para abrazar a sus hijos.
“Claro que sabemos todo. Aquí a la par están las cruces de los muertos, de siete personas; dos señoras y sus chiquitos, que murieron sepultadas por una avalancha. Sus cuerpos nunca aparecieron”, afirma este jornalero, despacito, bajando la voz, como para que nadie lo escuche.
Su compañera no pierde el tiempo. Hace a un lado al más pequeño de sus críos para atizar el improvisado fogón donde prepara el poco arroz que les quedaba, la mañana del miércoles pasado.
“Hace unos días llovió durísimo y bajó una gran correntada, viera que miedo”, comenta.
Según dice, funcionarios del comité local de emergencia los visitaron días atrás para recomendarles que abandonen la casa y corran hacia “las partes altas” en caso de “algún retumbo”.
La situación de esta familia es mucho más que precaria: la muerte les habla al oído a toda hora, especialmente cuando llueve, pero no tienen a dónde ir.
Viven en un terreno donde hasta hace poco más de 10 años se levantó Calle Loaiza de Orosi, cantón de Paraíso, Cartago.
La Comisión Nacional de Emergencia (CNE) insiste en que podrían registrarse nuevas avalanchas, eso ya no asusta a nadie.
En Calle Loaiza no hay rótulos que adviertan acerca del peligro y es frecuente ver a gente subir y bajar; unos a coger café, otros solo para pasear por el cerro.
De no ser por la cruz, una lápida y las paredes destruidas de algunas viviendas, devoradas por los charrales, es difícil pensar que aquí cantó y sonrió un pueblo.
Casas de alquiler y cabañas
Algunos construyeron pequeñas casitas que alquilan al mejor postor; otros cabañas abiertas para tomar guaro y comer carne asada los fines de semana.
Pese a ser zona “de alto riesgo”, cuentan con los servicios básicos, electricidad y agua potable
Algunos solo llegan algunas horas para cuidar y sembrar el lote que lograron “rescatar” de entre los escombros, entre ellos Luis Chaves Granados, quien asegura que la ayuda gubernamental fue lenta y una tortura para muchos.
“Todos teníamos casa y nuestras cosas y al final muchos terminaron endeudados y aún están pagando deudas”, lamenta.
Otros volvieron porque, según dicen, “me sentía como muerto lejos de casa, de Orosi, y no puedo ser feliz, en ningún otro lugar”.
Se llama Carlos Leonel Araya Fuentes, tiene 66 años y se gana la vida tejiendo canastos para coger café y canastillas.
Vive solo en una pequeña casa de latas. “Yo visité el cerro varias veces y está todo quebrado. Cuando llueve duro baja mucho material y es muy peligroso”, exclama. Araya recuerda que fue Manuel Melo Sánchez quien lo despertó, así como a todo el pueblo, para que salvara su vida hace más de una década. Hoy, es él quien vigila la quebrada cuando llueve y sale corriendo para alertar a todos “si la cosa se pone fea”.
“Ahora le aviso a quienes han ido llegando, aquí cerca hay una familia hasta con chiquitos y les aviso del peligro”, añade.
Tomarán medidas
El alcalde de Paraíso, Jorge Rodríguez dice que “los que han construido allí son unos irresponsables, al igual que quienes vendieron”. Asegura que coordina acciones con el Ministerio de Salud y la CNE “para entrar a demoler muy pronto esas construcciones”. El presidente del comité local de emergencias, Adrián Chaves, dice que esta situación “ha sido una preocupación constante” y están al tanto de la situación de alto riesgo en la que viven ahora muchas familias”.
Fernando Gutiérrez, GN.
Artesano avisa en caso de avalancha
VOLVIÓ PORQUE LO LLAMABAN
Nicolás Aguilar R.
naguilar@nacion.com
Orosi. - Carlos Leonel Araya Fuentes, de 66 años, podría estar todo el día sin hacer nada, a pierna cruzada, en la casa de cualquiera de sus hijos.
Podría pasar el día tranquilamente, escuchando los pajaritos o disfrutar de la luz y del paisaje en el Parque Central de Cartago.
Podría no hacer nada, solo dejar que la vida siga, pero no puede. No es su estilo y se sentía morir.
Araya, artesano empírico y campesino de toda la vida, según dice, lo acepta con tranquilidad. “En la ciudad me sentía como preso y me estaba muriendo. Poco a poco, se me iba el aire”, exclama.
Por esa sencilla razón, sin explicarle nada a nadie, un buen día cogió sus cosas y se regresó a Calle Loaiza de Orosi, al mismo sitio donde una avalancha arrasó con 10 casas y mató a siete personas.
Acepta que el peligro es constante, pero se siente en paz y sonríe a menudo como un “chiquillo”. “Nos llevaron lejos, allá donde llaman El Bosque de Cartago, pero soy de Orosi y esta tierra me llamaba todos los días. Aquí espero morirme algún día”, agrega con tono fuerte, convencido.
El anciano fabrica canastos y canastillas y cocina en un fogón. Vive en un ranchito de latas y por fin recuperó la felicidad.
Pareja y cuatro hijos en zona de avalanchas
POBREZA LOS LLEVÓ AL PELIGRO
Por Nicolás Aguilar R.
naguilar@nacion.com
Orosi.- Lo aceptan sencillamente: esta pareja y sus cuatro hijos no tienen ni dónde caer muertos, pero no se rinden.
Cecilia Roblero Zúñiga, su cónyuge Luis Alberto Espinoza Madrigal, y sus cuatro hijos, de 2, 4, 6 y 7 años, llegaron a Calle Loaiza de Orosi, en Paraíso de Cartago, por pura necesidad.
“Yo apenas me gano unos pocos cincos para comer y trabajo en lo que aparezca. Ahora estoy cogiendo café”, afirma este hombre con semblante serio y triste.
Sus hijos juegan cerca del fogón donde preparan un arroz. Descalzos, con ropita sencilla, pero impecablemente limpios. Son tímidos, pero sonríen.
Un vecino de buen corazón les prestó una casa que, aunque paupérrima, les permite ahorrarse un dinero que casi nunca tienen.
“Los alquileres son caros y no tengo trabajo fijo. Sabemos del peligro del cerro, pero no tenemos adónde ir. Hay que jugársela para poder comer”, añade Espinoza.
Habitan una vivienda que se construyó exactamente donde hace 10 años una avalancha sepultó un caserío entero.
“Un vecino tiene mucha experiencia porque estuvo en esa emergencia y nos avisa de cualquier cosa. La quebrada que pasa cerca se llena mucho cuando llueve y hay que estar muy atentos para salir corriendo”, reconoce señalando el cafetal, en la parte alta, donde confían refugiarse.