Algunas cualidades heredadas por su padre hicieron que a los cinco años Heiner Oviedo tuviera su primer contacto con el balón. El encanto no le duró mucho y tres años más tarde volteó su atención a un deporte que hoy lo mantiene soñando.
Fue su padre, del mismo nombre y exfutbolista de la Universidad de Costa Rica en los años 80, cuando estaba en primera división, quien le compró los tacos, se lo llevó a la cancha y descubrió que tenía “pasta” para ser futbolista.
Primero lo hizo como portero y reconoce que “no era nada malo”, pero cuando ingresó a la Escuela de Fútbol de Carlos Santana, se dio cuenta que se la “jugaba” mejor como mediocampista. “Cuando uno era chiquillo lo que más le gustaba era hacer goles y también me gustaba estar en la media cancha, para poner a jugar a los demás”, recuerda.
Tras un breve y fallido paso por el Club Sport Herediano, dejó el balompié motivado por unos amigos del barrio quienes probarían su capacidad en una Academia de Taekwondo.
“La verdad no sé qué hubiera pasado si hubiera continuado en el fútbol, pero cuando empecé a practicar taekwondo me di cuenta que era mi deporte”, dice el joven de 23 años.