Heiner, quien dice ser amantes de las películas de terror y buen bailarín de salsa, empezó en el deporte de combate como un pasatiempo familiar.
Sus hermanas Verónica, de 24 años, y Marcela, de 21, también se entusiasmaron con la idea de inscribirse en la Academia de Calle Morenos, en Sabana Sur.
“Fue a los ocho años cuando di mis primeros pasos en este deporte. Rápidamente empecé ir a campeonatos. Me vieron potencial, me dieron apoyo y me comenzaron a llamar a la selección. Fui a torneos internacionales y empecé a dar resultados”.
Los entrenamientos lo fueron consumiendo tanto, que lo llegó a ver como un sacrificio que tal vez no valía la pena. En su etapa de colegio, en el Liceo Luis Dobles Segreda, realizaba su primera práctica a las 5 a.m. para después irse a estudiar, las tardes eran para realizar tareas y en las noches volvía al combate.
“Por el mismo cansancio me volví ‘vaguillo’ y en décimo año me quedé. En ese momento pensé en dejar el taekwondo, pero mi papá me insistió en que al menos sacara la cinta negra”, recuerda. Y así fue. Cuando se convirtió en 1er. DAN (nivel máximo del taekwondo que consta de nueve grados), ya estaba completamente convencido que nunca quería dejarlo.
Con sencillez, humildad y algo de timidez, asegura que sabía que un día llegaría a unos Juegos Olímpicos, que todo su sacrificio no podía ser en vano. “Desde muy pequeño veía a Kristopher Moitland, sentía una gran admiración, soñaba con ser como él, seguirle sus pasos, todavía sigue siendo un gran ejemplo para mí”.
Además de una gran responsabilidad, la clasificación a las justas le dejó algo que cualquier muchacho de su edad se desearía, pero él no. De quien sí acepta muchos chineos es de su madre, Rocío Moreira, quien pasa día y noche pendiente de él.