Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
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El domingo pasado oímos a Pedro decir a Cristo “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”. Qué gran frase, pero acaso Pedro no tenía muy claro lo que significaba. El Mesías para los hebreos era sinónimo de Rey David, de nuevo Salomón.
Contrariamente Jesús propone un mesianismo basado en la “verdad”, y replica a Pedro perfilando su misión: será entregado, padecerá, morirá, resucitará. Pero esa nueva imagen no podía ser aceptada por los apóstoles.
Pedro, que sabe que es parte del proyecto de Jesús, le lleva aparte y le reprende: “Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá”. Jesús reacciona y recrimina la torpeza e inmadurez de Pedro. El Apóstol no está listo, debe ser purificado por el dolor y el fracaso, debe aceptar el plan de Dios. Jesús, tajante, le echa en cara: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”.
Le manda “ir detrás suyo”, porque el maestro es el que va adelante. Que Pedro no pretenda dar lecciones, al menos todavía. Le llama “Satanás” que implica ser embustero, enemigo de la voluntad de Dios, egoísta y conformista. Cualquier calificativo encaja en la prepotencia de Pedro. Hay mucho que hacer.
Y Jesús liquida la discusión detallando su evangelio: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará”.
La lección es de grueso calibre. En realidad lo que propone Jesús no es muy atractivo para el hombre moderno. Seamos claros, hoy nadie quiere perder la vida. Ésas propuestas tendrán pocos aliados en nuestro siglo XXI.
Al hombre contemporáneo se le dificultan las enseñanzas de Cristo, porque hoy todos quieren ganar el mundo a como dé lugar. Es el vicio moderno. Todos quieren ser ricos, sin importar si empeñan su propia alma. La gente hoy se corrompe, se vende y se deja manipular por la sola satisfacción de "tener". Con frecuencia vemos que una posición holgada no basta. La codicia nos corroe y nos hace ávidos. Si tenemos, nos revuelve las entrañas el querer aumentar eso que tenemos. Y no solo es dinero. Lo peor es el ansia de “poder”.
¡Qué difícil es para el hombre de hoy entender el mensaje de Cristo! Qué complejo nos puede resultar “abrirnos” a Cristo, renunciar a nuestras propias apetencias y buscar el bien común. El egoísmo no cabe en el corazón de Cristo. Por ello ser cristiano hoy es un dolor de cabeza. Con angustia vemos que “ambicionar” es la materia que mejor aprenden los niños en sus propias casas.
La tarea de ser cristianos sigue pendiente.
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