Carlos Freer, cineasta
cfreervalle@gmail.com
El mundo subdesarrollado de Costa Rica empieza en el Alto de Ochomogo.
Baje usted ese cerro hacia Cartago y notará –de inmediato– que en esta zona no se presentan problemas de platinas, ampliación de carriles, sustitución de rotondas por puentes, colocación de adoquines, descarrilamientos de trenes, cobro doble de peajes, ni nada que se le parezca. Por aquí nada se construye, nada se amplía, no hay inversión en obra pública.
Pero no hay mal que por bien no venga. Esa es una de las ventajas del subdesarrollo: no hay presas enormes, ni pérdida de tiempo, ni gasto excesivo en gasolina, ni estrés o úlceras gástricas.
Esos dolores de cabeza son para los de la capital, los de Escazú, Santa Ana, Heredia, Alajuela, y todos lo demás poblados occidentales hasta llegar al Pacífico.
Ya sabemos que las romerías y los carnavales son peligrosos para las pandemias. Los conciertos masivos y los pachangones de Palmares, Puntarenas y Guanacaste son inofensivos para la salud.
Por eso, mejor que nosotros, los de Oriente, sigamos en lo que podemos y sabemos. Produzcamos verduras, hortalizas y leche; saquemos un buen poco de bananos; recemos, cuando se puede, y bailemos de a callado. Y cuando algún gobierno considere pertinente hacer obra de infraestructura por estos lares, que de una vez ponga los rieles, puentes y platinas donde corresponde para no sufrir innecesariamente atascaderos y tropezones.
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