Domingo 25 de enero de 2009, San José, Costa Rica
Nacionales | Tercer domingo del Tiempo Ordinario
El tiempo se ha cumplido: conviértanse
  • AlDia.cr
    Para convertirnos hacia el reino de Dios, debemos trabajar por él y ponerlo en primer lugar. Internet.

Alvaro Sáenz Zúñiga
Presbítero

Dos temas se entrelazan este domingo. El primero, la cuestión fundamental de la conversión. En la vida urge propiciar ese momento dinámico, racional y muy responsable que nos lleva a tomar conciencia de nuestros errores y a rectificar nuestros pasos, por el bien nuestro y de los demás.

A eso se le llama conversión, cambio de ruta, cambio de vida.

Desde la fe sabemos que la conversión nos permitirá por fin asumir la voluntad de Dios, sumergirnos en la construcción del mundo nuevo que Dios quiere. “Conviértanse” propone el Mesías a quien quiera escuchar su mensaje.

La motivación es simple: “el reino de los cielos está cerca”.

Ahora bien, si nos preguntamos qué significa “reino de los cielos” podemos concluir que el reino de los cielos es el amor con que Dios nos ama.

Ese amor se manifiesta, enorme y descomunalmente fuerte, en Jesús, Dios humanado. El Hijo de Dios hecho hombre, pues, nos muestra ese amor infinito y nos propone el plan del Padre: dejen las tonterías y, convertidos, acojan la buena noticia.

Él dice “el reino está cerca”. Jesús mismo es el reino, es el amor de Dios hecho carne.

El segundo asunto es la vocación, la llamada de Jesús. La semana pasada San Juan nos habló de ello. Hoy San Marcos propone la vocación desde cuatro realidades concretas: Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Los cuatro son llamados por Jesús.

Los cuatro son sacudidos por la palabra de Dios que les convoca. Los cuatro llegan a entender que en el mundo hay cosas importantes y cosas mucho más importantes.

Aprenden, literalmente, que “queda poco tiempo”, y que las cosas de este mundo nada significan frente al proyecto de Dios.

Por ello, ante esa llamada intensa, que por amor les convoca a una vida nueva, no dudan en dejar trabajo, empresa, prosperidad, o incluso familia. Cuando el Señor llama uno debe responder atentamente.

Aquellos hombres rudos, dedicados por entero a pescar en el mar de Tiberíades, habituados a echar las redes para sacar unos peces que les permitan sobrevivir, reciben ahora una propuesta muy singular, prácticamente incomprensible: serán transformados en pescadores de hombres, es decir, no trabajarán por lo pasajero, no se desgastarán en tareas poco trascendentales.

En adelante servirán a Dios y atraerán a Él a los que sean redimidos por el amor.

Este domingo se nos plantea un privilegio que pocos acogen: trabajar por el reino de los cielos, anunciar el perdón de Dios a quien tanto lo necesita.

Y hay que saber que “dejarlo todo” no siempre implica abandonar nuestras realidades. Lo que sí supone como obligatorio es saber poner a Cristo en el primer lugar. Lo demás vendrá por añadidura.

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