Edgar Fonseca
Director

En la madrugada del 5 de noviembre, sin siquiera tiempo para celebrar, el círculo de influencia del presidente electo Barack Obama fue convocado, para acelerar la transición. No había que esperar.

Al nuevo titular de la Casa Blanca le eran llevados los expedientes de unos 100 posibles funcionarios por designar en cargos claves, sometidos al riguroso escrutinio del FBI.

Obama, sin asumir, había empezado a ejercer su presidencia. Su objetivo era, dice la revista Time, evitar un mayor vacío de liderazgo en medio del cataclismo que abate hoy a la primer superpotencia.

Obama ratificaba, de paso, un estilo de liderazgo, ejecutivo, que le llevó a reinventarse desde que se lanzó como aspirante presidencial sin que nadie apostara por él un cinco.

Su visión gubernamental la resume en la importancia de que el ciudadano note que la administración hace algo por él, que es transparente y responsable por sus actos –lo cual no es tan fácil de alcanzar, como le advierte The New York Times – que admite errores y genera confianza.

Queda mucho que recorrer en el periodo que recién empieza. En el campo económico no hay más fondo que tocar.

La “era Obama” abre trascendentales señales de referencia de liderazgo y decisión política a lo interno y externo de la nación norteamericana.

En el país, a las puertas de una nueva campaña electoral, la experiencia estadounidense debería ser un ineludible capítulo de reflexión.

El país, por ejemplo, sigue en ascuas del conjunto integral de medidas que ayuden a paliar los tiempos augurados.

Solo la mayor decisión política, de liderazgo y voluntad nacional, en la que impere la madurez de los actores claves, contribuirá a sortear las turbulencias que acechan. ¿Lo entienden así el Gobierno, oposición y aspirantes?