Alejandro Arley Vargas
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La historia de “Lucy” (nombre ficticio para proteger su identidad) es algo complicada.

En 1995, la detuvieron por ser cómplice del delito de tráfico internacional de drogas y estuvo mes y medio en prisión preventiva en El Buen Pastor.

El juicio demoró, la sentencia a 10 años de cárcel fue apelada. Los años pasaron, “Lucy” estaba en libertad y pensó que la causa había prescrito.

Le dio tiempo de casarse, de darle una hermanita a su hijo mayor, graduarse como enfermera y llevar cursos de estilista.

“Mientras el asunto se peleaba, salí a cambiar mi vida”, me explica algo ansiosa.

Pero hace dos años, cuando salía del curso de belleza en Heredia, con su pequeña hija de la mano, un oficial se le acercó y le dijo que estaba detenida... y ella sabía por qué.

“Ese día fue como estar dormida y que de un momento a otro te tiren a una piscina de agua fría”, recuerda.

Con su educación universitaria y una familia, no estaba preparada para enfrentar la vida en El Buen Pastor.

El paso del tiempo le ha ayudado a superar los temores.

“Aquí muchas nos esforzamos por salir adelante. Los medios muchas veces ponen solo lo malo”, afirma preocupada.

“Lucy” tiene una vida activa en el centro penal. Estudia administración, está en el grupo de baile folclórico, lleva cursos de pintura y es hábil en el uso de las computadoras.

Le entristece que su esposo no siguió con ella. Su hija ahora tiene cinco años y su hijo es un colegial de 16.