Alejandro Arley Vargas
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Maritza llega a la entrevista con una bolsa plástica en sus manos. Adentro porta los certificados de cursos que ha hecho durante su estancia en El Buen Pastor.
Está presa desde 1993 y es la única mujer del país sentenciada a 50 años de cárcel, pena máxima de la justicia tica.
Sus brazos están marcados con cicatrices de heridas que ella misma se hizo, según dice, en momentos de desesperación.
Una pequeña sala de reuniones es el sitio para la entrevista. Con franqueza y despacio habla de su pasado; de las acciones que le quitaron la libertad.
“Fui adicta a la droga, anduve mal en la calle y sufrí mucho”, recuerda con tristeza.
En la conversación, Maritza dice que fue juzgada por varios robos con arma blanca y un intento de homicidio.
Los registros del Ministerio de Justicia indican que está presa por homicidio calificado, robo simple y robo agravado.
Tiene dos hijas, de 22 y seis años, y dos nietos pequeños.
Cuidó a su hija menor dentro de El Buen Pastor hasta que cumplió tres años, edad en que los niños deben abandonar el centro.
“Que se haya ido mi hijita es mi gran dolor. Le pido a Dios fortaleza para seguir adelante”, afirma.
La muerte de su madre, quien la iba a visitar a menudo, también fue un duro golpe para Maritza.
Cuando escucha a otras presas quejarse de sus condenas, no puede evitar ponerse como ejemplo.
“Yo les digo que con 8 o 20 años de cárcel yo sería feliz. Mi pena es muy larga y espero salir antes. Estoy apta para la sociedad”, expresa sin parpadear y viéndome a los ojos.
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